El Castillo de Zafra se encuentra situado en el término municipal de la localidad de Campillo de Dueñas, en la provincia de Guadalajara (Castilla-La Mancha).
Situado
sobre una gran roca en la Vega de Zafra, entre Hombrados y Campillo
de Dueñas, donde la cultura del Bronce y la del Hierro han dejado
sus huellas en algunos elementos, como restos de cerámicas. Ello
supone seguridad de que esta atalaya rocosa la poseyeron los
celtíberos. También es seguro que los romanos se sirvieron de este
punto fuerte sobre la paramera molinesa
De
forma similar, y siempre por vestigios mínimos, inteligentemente
interpretados por su excavador y propietario, podemos afirmar que los
visigodos y los árabes ocuparon esta fortaleza. Los últimos fueron
quienes elevaron parte de lo que sería luego un castillo auténtico.
Y aquí sin duda residieron los moros molineses (con sus reyezuelos
sufragáneos del monarca taifa de Toledo) en los últimos años de su
dominio del territorio.
Ya
conquistada la comarca por los reinos cristianos del norte, en el año
1129, Zafra quedó primeramente en poder del rey de Aragón, quien
puso a la fortaleza entre los términos del recién creado Común de
Villa y Tierra de Daroca, estableciendo la torre de Zafra como uno de
los puntales defensivos más efectivos de su territorio por el sur,
frente al todavía concreto peligro de los moros conquenses.
Pero el
señor de Molina, el conde don Manrique de Lara, en pleno proceso de
consolidación de su territorio, reclamó a Ramón Berenguer la
fortaleza, que este le entregó sin problemas. Así, en la
descripción del territorio de Molina que se hace en el Fuero
promulgado por su señor en el año 1154, aparece el castillo de
Zafra nombrado como el más importante y querido de todo el señorío,
después de la fortaleza de la capital.
El
principal suceso histórico acaecido en Zafra tiene mucho que ver con
el destino de la dinastía de los Lara molineses. En el año 1222, el
rey castellano Fernando III decidió castigar a los Lara cogiéndoles
Zafra, y para ello movió su ejército poniendo cerco a esta
fortaleza, en la que se refugió el Conde con su familia, su reducida
corte y sus domésticos ejércitos. Durante unas semanas el rey
castellano presentó la batalla sin que el molinés pudiera hacer
otra cosa que resistir en lo alto de su inexpugnable bastión.
Cuando
el cerco hizo mella en las reservas del molinés, éste finalmente se
rindió, y mediante los buenos oficios de doña Berenguela, madre del
monarca, ambas partes acordaron una salida al conflicto, conocida en
los anales históricos como la concordia de Zafra, en la que se
establecía que el heredero del señorío, el primogénito de don
Gonzalo, quedaba desheredado (y así le llamaría luego la historia a
Pedro González de Lara), siendo proclamada heredera la hija del
molinés, doña Mafalda, quien se casaría con el hermano del Rey, el
infante don Alonso, y de este modo la intervención de la Corona de
Castilla se hacía un tanto más efectiva sobre los asuntos del
rebelde señorío de Molina.
En
las guerras civiles del siglo XV, la fortaleza de Zafra siguió
teniendo una importancia suma en la estrategia del control de
aquellos territorios cercanos a Molina, siempre importantes por ser
los caminos naturales de paso entre Castilla y Aragón. Enrique IV
entregó Molina en señorío a su valido Beltran de la Cueva, lo cual
provocó nuevamente una guerra de rebeldía de las gentes de la
comarca contra el señor impuesto.
Todavía
en el siglo XVI se tenía a Zafra como un castillo de los más
fuertes del reino. Si no de los grandes, al menos contaba entre los
más fuertes, y asombraba a todos por lo difícil de su acceso, lo
ingenioso de su entrada, y la capacidad que en determinado lugar (hoy
desconocido para nosotros, pero quizás en el interior de la roca)
tenía para albergar a más de 500 hombres. Poco a poco fueron
cayendo sus piedras, desmoronándose sus murallas, desmochándose sus
torreones, y borrándose los límites de sus cercas exteriores.
Sin
embargo, hoy todavía tiene Zafra una estampa singular y espléndida.
Puede llegarse hasta el castillo, en época seca, a través de
caminos en buen estado, desde Hombrados, Campillo de Dueñas o
Castellar de la Muela. A 1400 metros de altitud, en la caída
meridional de la sierra de Caldereros, sobre una amplia sucesión de
praderas de suave declive se alzan impresionantes lastras de roca
arenisca, muy erosionadas, que corren paralelas de levante a
poniente. Sobre una de las más altas, se levantan las ruinas del
castillo de Zafra, reconstruido hoy sobre los restos que los siglos
habían ido derruyendo y respetando.
Es
el más espléndido y llamativo de los castillos de Guadalajara. La
roca sobre la que asienta fue tallada de forma que aún acentuara su
declive y su inexpugnabilidad. En la pradera que la circunda
solamente quedan mínimos restos de construcciones, que posiblemente
pertenecieran a muralla de un recinto exterior utilizable como
caballeriza o patio de armas.
En
lo alto del peñón aparece el castillo. Debe subirse a él por una
escalera metalica que el actual propietario ha puesto para su uso.
Hace unos años, la única forma de acceder al castro era a base de
escalar la roca con verdadero riesgo. Sabemos que en tiempos
primitivos, cuando los condes de Lara lo construyeron y ocuparon,
Zafra tenía un acceso al que se calificó por algunos cronistas como
de gran ingenio y traza.
Una
vez arriba vemos cómo se trata de un espacio estrecho, alargado,
bastante pendiente. Queda hoy la torre derecha que custodiaba la
entrada por este extremo. A mitad del espacio de la lastra, surgen
los cimientos de lo que fue otra torre que abarcaba la roca de uno a
otro lado, y que una vez atravesada, permite entrar en lo que fuera
«patio de armas», desde el que se accede a la torre del homenaje,
hoy reconstruida en su totalidad, a la que se sube a través de una
escalera de piedra adosada al muro de poniente, y nos permite
recorrerla en su interior, donde aparecen dos pisos unidos por
escalera de caracol.
Una
escalera interior permite subir hasta la terraza superior, almenada,
desde la que el paisaje, a través de una atmósfera siempre limpia y
transparente, se nos muestra inmenso, silencioso, evocador nuevamente
de antiguos siglos y epopeyas.
Fuentes: Castillos del Olvido
Wikipedia
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