martes, 18 de febrero de 2020

Castillo de Zafra (Campillo de Dueñas, Guadalajara)


El Castillo de Zafra se encuentra situado en el término municipal de la localidad de Campillo de Dueñas, en la provincia de Guadalajara (Castilla-La Mancha). 

Situado sobre una gran roca en la Vega de Zafra, entre Hombrados y Campillo de Dueñas, donde la cultura del Bronce y la del Hierro han dejado sus huellas en algunos elementos, como restos de cerámicas. Ello supone seguridad de que esta atalaya rocosa la poseyeron los celtíberos. También es seguro que los romanos se sirvieron de este punto fuerte sobre la paramera molinesa 

De forma similar, y siempre por vestigios mínimos, inteligentemente interpretados por su excavador y propietario, podemos afirmar que los visigodos y los árabes ocuparon esta fortaleza. Los últimos fueron quienes elevaron parte de lo que sería luego un castillo auténtico. Y aquí sin duda residieron los moros molineses (con sus reyezuelos sufragáneos del monarca taifa de Toledo) en los últimos años de su dominio del territorio. 

Ya conquistada la comarca por los reinos cristianos del norte, en el año 1129, Zafra quedó primeramente en poder del rey de Aragón, quien puso a la fortaleza entre los términos del recién creado Común de Villa y Tierra de Daroca, estableciendo la torre de Zafra como uno de los puntales defensivos más efectivos de su territorio por el sur, frente al todavía concreto peligro de los moros conquenses. 

Pero el señor de Molina, el conde don Manrique de Lara, en pleno proceso de consolidación de su territorio, reclamó a Ramón Berenguer la fortaleza, que este le entregó sin problemas. Así, en la descripción del territorio de Molina que se hace en el Fuero promulgado por su señor en el año 1154, aparece el castillo de Zafra nombrado como el más importante y querido de todo el señorío, después de la fortaleza de la capital. 

El principal suceso histórico acaecido en Zafra tiene mucho que ver con el destino de la dinastía de los Lara molineses. En el año 1222, el rey castellano Fernando III decidió castigar a los Lara cogiéndoles Zafra, y para ello movió su ejército poniendo cerco a esta fortaleza, en la que se refugió el Conde con su familia, su reducida corte y sus domésticos ejércitos. Durante unas semanas el rey castellano presentó la batalla sin que el molinés pudiera hacer otra cosa que resistir en lo alto de su inexpugnable bastión. 

Cuando el cerco hizo mella en las reservas del molinés, éste finalmente se rindió, y mediante los buenos oficios de doña Berenguela, madre del monarca, ambas partes acordaron una salida al conflicto, conocida en los anales históricos como la concordia de Zafra, en la que se establecía que el heredero del señorío, el primogénito de don Gonzalo, quedaba desheredado (y así le llamaría luego la historia a Pedro González de Lara), siendo proclamada heredera la hija del molinés, doña Mafalda, quien se casaría con el hermano del Rey, el infante don Alonso, y de este modo la intervención de la Corona de Castilla se hacía un tanto más efectiva sobre los asuntos del rebelde señorío de Molina. 

En las guerras civiles del siglo XV, la fortaleza de Zafra siguió teniendo una importancia suma en la estrategia del control de aquellos territorios cercanos a Molina, siempre importantes por ser los caminos naturales de paso entre Castilla y Aragón. Enrique IV entregó Molina en señorío a su valido Beltran de la Cueva, lo cual provocó nuevamente una guerra de rebeldía de las gentes de la comarca contra el señor impuesto. 

Todavía en el siglo XVI se tenía a Zafra como un castillo de los más fuertes del reino. Si no de los grandes, al menos contaba entre los más fuertes, y asombraba a todos por lo difícil de su acceso, lo ingenioso de su entrada, y la capacidad que en determinado lugar (hoy desconocido para nosotros, pero quizás en el interior de la roca) tenía para albergar a más de 500 hombres. Poco a poco fueron cayendo sus piedras, desmoronándose sus murallas, desmochándose sus torreones, y borrándose los límites de sus cercas exteriores. 

Sin embargo, hoy todavía tiene Zafra una estampa singular y espléndida. Puede llegarse hasta el castillo, en época seca, a través de caminos en buen estado, desde Hombrados, Campillo de Dueñas o Castellar de la Muela. A 1400 metros de altitud, en la caída meridional de la sierra de Caldereros, sobre una amplia sucesión de praderas de suave declive se alzan impresionantes lastras de roca arenisca, muy erosionadas, que corren paralelas de levante a poniente. Sobre una de las más altas, se levantan las ruinas del castillo de Zafra, reconstruido hoy sobre los restos que los siglos habían ido derruyendo y respetando. 

Es el más espléndido y llamativo de los castillos de Guadalajara. La roca sobre la que asienta fue tallada de forma que aún acentuara su declive y su inexpugnabilidad. En la pradera que la circunda solamente quedan mínimos restos de construcciones, que posiblemente pertenecieran a muralla de un recinto exterior utilizable como caballeriza o patio de armas. 

En lo alto del peñón aparece el castillo. Debe subirse a él por una escalera metalica que el actual propietario ha puesto para su uso. Hace unos años, la única forma de acceder al castro era a base de escalar la roca con verdadero riesgo. Sabemos que en tiempos primitivos, cuando los condes de Lara lo construyeron y ocuparon, Zafra tenía un acceso al que se calificó por algunos cronistas como de gran ingenio y traza. 

Una vez arriba vemos cómo se trata de un espacio estrecho, alargado, bastante pendiente. Queda hoy la torre derecha que custodiaba la entrada por este extremo. A mitad del espacio de la lastra, surgen los cimientos de lo que fue otra torre que abarcaba la roca de uno a otro lado, y que una vez atravesada, permite entrar en lo que fuera «patio de armas», desde el que se accede a la torre del homenaje, hoy reconstruida en su totalidad, a la que se sube a través de una escalera de piedra adosada al muro de poniente, y nos permite recorrerla en su interior, donde aparecen dos pisos unidos por escalera de caracol. 

Una escalera interior permite subir hasta la terraza superior, almenada, desde la que el paisaje, a través de una atmósfera siempre limpia y transparente, se nos muestra inmenso, silencioso, evocador nuevamente de antiguos siglos y epopeyas. 

Fuentes: Castillos del Olvido
                Wikipedia

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