El Castillo de Pelegrina se encuentra situado en las cercanías de la población del mismo nombre en la provincia de Guadalajara (Castilla-La Mancha).
El
castillo roquero de Pelegrina se alza sobre un pequeño cerro desde
el que domina el curso del río Dulce y el caserío a cuyo alrededor
se apiña. Castillo roquero construido entre los siglos XII y
XIII sobre un cerro que domina el valle del río Dulce.
Antes había una torre de vigía musulmana. Su posición domina
no sólo el valle de Pelegrina, sino toda la meseta que se extiende
más allá, donde en la Edad Media estaba la importante vía romana
de Emérita Augusta –hoy A2-, que aún era un camino principal.
Desde
su altura podría divisarse, o comunicarse, con la cercana fortaleza
de La Torresaviñán. Alfonso VII donó Pelegrina, que había
conquistado en 1126, al obispado seguntino en agradecimiento
por la ayuda dada en la reconquista de la comarca de Sigüenza por
parte de su primer obispo, Bernardo de Agén.
El
rey Alfonso VII donó al obispo Bernardo de Agén en 1124 la
localidad de Pelegrina, siendo los obispos seguntinos quienes
comienzan a construir el castillo a finales del siglo XII, como
residencia y coto de caza para los arzobispos segontinos, naciendo
bajo el castillo la actual población.
La
fortaleza estaba en la frontera entre reino castellano y el aragonés
en el siglo XIV, época en la que mantuvieron diversas etapas
de guerra durante el reinado de Pedro I el Cruel de Castilla; primero
la Guerra de los dos Pedros (1356-1365) que lo enfrentó a Pedro IV
el Ceremonioso, de Aragón; y posteriormente la guerra civil contra y
su hermanastro el conde Enrique de Trastamara (1366-1371). Uno
de los episodios de la Guerra de los Cien años, un conflicto
complejo siendo éste uno más dentro del conjunto de alianzas
europeas que acabó propiciando el cambio dinástico en Castilla.
El
apoyo del rey de Aragón a la causa del conde Enrique, el futuro
Enrique II de Trastamara, el rey Pedro I mandó reforzar la
línea defensiva en la que se encontraba el castillo de Pelegrina
ante una posible invasión desde el reino de aragonés.El castillo
sufrió un saqueo por parte de las tropas navarras, tras la toma de
Torija en 1445 por el capitán navarro Juan de Puelles que
estaba al servicio de los Infantes de Aragón que los enfrentaba a
Juan II de Castilla, y que duró hasta que Torija fue
reconquista en 1447 o 1452. Desde allí los navarros lanzaban
operaciones de saqueo por los alrededores que llegaron incluso a las
puertas de Madrid.
En
el año 1710, en la Guerra de Sucesión, el castillo fue incendiado
por las tropas austriacas del general Guido von Starhemberg, en
su retirada hacia Aragón tras la derrota que sufrieron en la batalla
de Villaviciosa de Tajuña. Posteriormente, fue reconstruído. En la
Guerra de la Independencia fue desmantelado por las tropas
napoleónicas para que no sirviera de refugio a los guerrilleros de
Juan Martín el Empecinado, quedando abandonado y derruido tal como
lo conocemos en la actualidad.
Los
muros son de sillarejo, de metro y medio de espesor y ocho de altura,
con almenas que disponían de saetera. Tiene fuertes torreones o
cubos esquineros cilíndricos y macizos, por lo que no tienen
saeteras, pues su única función fue reforzar los muros. Su planta
es alargada, poligonal, de unos cuarenta y cinco metros de
longitud. En la parte norte se sitúa la torre del homenaje, de
planta cuadrada y dos pisos, cimentada sobre unas rocas, que defendía
el portalón de acceso a la fortaleza.
La
puerta de acceso principal es alta y en forma de arco de herradura,
situada entre dos de las torres y con un matacán para su defensa. Al
sur, entre dos torreones, estuvo una segunda puerta menor y tuvo
forma de arco de medio punto. Alrededor del castillos se levantó una
barbacana. Disponía de un patio con aljibe, rodeado de estancias
dispuestas en dos pisos.
Fuente: Castillos del Olvido
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