jueves, 27 de febrero de 2020

Castillo de San Vicente (Hinojosa, Toledo)


El Castillo de San Vicente se encuentra situado en la población de Hinojosa de San Vicente, en la provincia de Toledo (Castilla-La Mancha). 

Se encuentra en la cima meridional del cerro del mismo nombre (1.321 metros). En toda la Sierra de San Vicente, de gran belleza natural, pueden apreciarse huellas de los pueblos íberos que existieron en la zona, destacando las esculturas de toros que se exponen en algunas plazas de los pueblos. La cronología de este castillo es difícil de precisar. A falta de estudios rigurosos o documentación esclarecedora de la época, hemos de sondear las escasas fuentes escritas que hay sobre él. 

En primer lugar, hay una serie de escritos antiguos que atribuyen a la Orden del Temple la posesión del castillo. Ya en las Relaciones de Felipe II, en 1578, a la pregunta de que si había restos de edificios antiguos en la comarca de Castillo de Bayuela (aún Hinojosa y sus tierras no se habían independizado de esta villa), respondieron que “...el castillo de San Vicente fue monasterio de Templarios, esta en parte y lugar que a estar fortificados fuera cosa inexpugnable, tiene a los lados dos torreones caídos...”. 

Pocos años después, en 1590, el padre Juan de Mariana visitaría sus ruinas y, como ya hemos comentado, también recoge la tradición según la cual el castillo había pertenecido a los Templarios. Pero, además, ofrece un dato nuevo: las ruinas del castillo pertenecían a una abadía toledana. Con seguridad se trata de la antigua abadía de Canónigos Regulares. 

Gómez de Morales escribe: “...posteriormente, por el año de trescientos y veinticinco que se contaban de los moros [año 935 de la Era Cristiana], el Miramamolín, hijo de Maotmat, mandó edificar en este sitio un castillo más fuerte e inexpugnable que los que se hallaban construidos, donde pudiesen defenderse de sus enemigos, el cual aún hoy permanece parte de sus vestigios. (…) Estuvo este en un encumbrado cerro, desde este tiempo hasta la destrucción de la morisma, poseído de esta vil canalla, el cual quedó yermo por un poco tiempo hasta que los Caballeros Templarios hicieron en él una granja, sujeta o hija del convento que tuvieron en Montalván, a la cual agregaron muchas casas, tierras y heredamientos...”. 

Así, en el relato de Gómez de Morales, la construcción de la fortaleza cuyas ruinas hoy quedan se atribuye a los musulmanes; la Orden del Temple, según éste, únicamente habría creado una granja o hacienda de campo en el cerro de San Vicente. En nuestra opinión, y siempre teniendo en cuenta los escasos datos de que disponemos, bien pudo ser ésta una fortaleza musulmana que, tras la reconquista cristiana del territorio, pasara a manos de la Orden de Canónigos Regulares provenientes de la abadía aviñonense de San Rufo, establecidos en la Sierra entre 1156-1158, en tierras cedidas por Alfonso VII o por su hijo. La posible estancia de la Orden del Temple en el lugar, un tanto dudosa, hubiera ocupado el corto intervalo que va entre la última década del siglo XIII, cuando los canónigos abandonan la abadía, y el año 1312 en que se disolvió la Orden. 

De la suerte posterior del castillo sólo podemos decir que en el siglo XVI ya se encontraba en ruinas. No es difícil imaginar el que este lugar, perdida la función para la que fue concebido y alejado de vías de comunicación principales, fuera cayendo en el abandono entrado el siglo XIV, como ocurrió con muchas de las fortificaciones de nuestra geografía. 

La planta de la construcción, en su perímetro exterior, prácticamente se puede inscribir en un cuadrado de 40 metros de lado, aunque su traza es irregular. La entrada se sitúa en el muro noroeste, cuya puerta debió estar flanqueada por dos torreones avanzados, de los cuales el mejor conservado es el del extremo oeste. 

Este torreón tiene planta trapezoidal al interior y, al exterior, su muro corto, forma semicircular; de este modo, el muro se hizo de mayor grosor que el resto y de frente curvo, previendo posibles ataques. También tiene dos ventanas, una, abocinada, en su esquina norte, y otra en el muro oeste, cerrada con arco de medio punto hecho con lajas de piedra. Junto al torreón yace un gran bloque de la bóveda de medio cañón que lo cubría, armada con lajas de piedra y argamasa. 

Los muros del extremo suroeste del castillo se asientan sobre la roca madre, en pronunciada pendiente, y seguramente por este motivo es el más derruido del conjunto. El muro sureste estaba jalonado por torreones, algunos de ellos apenas perceptibles hoy día. Caballero Zoreda y Sánchez-Palencia Ramos, dos estudiosos que visitaron el castillo en 1979 y 1980, distinguían al menos tres torreones, y defendían la tesis de que uno de ellos, el del ángulo oriental, es en realidad una atalaya anterior al resto del castillo, quizás de cronología emiral o califal. En nuestra opinión esta hipótesis es muy sugerente, pero no consideramos que haya suficientes argumentos para sostenerla; incluso, a primera vista, el estado de conservación de dicho torreón haría pensar que es posterior al resto. 

Este torreón de planta circular es el mejor conservado del conjunto. Tiene unos 6 metros de diámetro, un metro y medio de grosor de muro, y su construcción es algo distinta a la del resto: las hiladas del muro aparecen diferenciadas en alternancia y la argamasa es de color más blanquecino (posiblemente por contener mayor proporción de cal). Presenta un vano de acceso adintelado y orientado hacia el oeste; en él aún se observan los huecos para encajar los quicios de sendas puertas. 

En el interior, y a más de 2 metros de altura del suelo, hay un escalón que recorre todo su perímetro. En el cerro, a corta distancia de esta construcción, se encuentran también los vestigios de lo que creemos que fue una antigua abadía canonical y las ruinas de una ermita del último cuarto del siglo XVII, erigida sobre la cueva donde, según la hagiografía medieval y la tradición, se refugiaron San Vicente y sus hermanas al huir de las autoridades romanas. 

En la fábrica de la fortificación se empleó la mampostería aparejada, con fuerte argamasa para pegar las piedras entre sí; éstas proceden de la misma cumbre del cerro, donde abundan las formaciones graníticas. Los muros tienen un grosor aproximado de 1,25 metros. En el recinto se observan algunos restos de baldosas de terracota, fragmentos cerámicos y de hierro. También se conserva una pequeña pila monolítica. Ya en 1576 se dice que el castillo estaba arruinado. Su estado de ruina ha seguido hasta hoy. 

Fuente: Castillos del Olvido

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