El Castillo de Pioz se encuentra situado en la población del mismo nombre en la provincia de Guadalajara (Castilla-La Mancha).
La
fortaleza de Pioz, en plena meseta de la Alcarria, es uno de esos
castillos en los que apenas si la historia ha dejado huellas de
interés en las crónicas que de él tratan, y tampoco aporta
novedades estructurales que puedan situarle en un lugar destacable o
excepcional en el conjunto de la arquitectura medieval militar. Sin
embargo, para quienes gusten de evocar el pasado intrigante de un
tiempo en el que estos edificios eran la sede de los poderosos, y la
concreción de unas teorías sobre el arte de hacer la guerra en el
Medievo, el castillo de Pioz posibilita la visión real de uno de
estos ejemplos. Es todo un paradigma, completo y latiente.
Recorrer
su contorno, mirando desde los diversos ángulos sus fosos, el
recuerdo de su puente levadizo, el paseo de ronda y sus adarves,
cruzar la poterna misteriosa, y ver la gran torre del homenaje
o las cruceadas troneras de los garitones de la barbacana, son un
cúmulo de sensaciones que difícilmente pueden encontrarse juntas en
otro lugar. Visitar esta antigua fortaleza, hoy silenciosa de
abandonos pero repleta de motivos evocadores de lejanos siglos y
epopeyas, es quizás el mejor estímulo para adentrarse con gusto en
el mundo sugerente de la castillología hispana.
La
historia de Pioz es muy escasa en acontecimientos. Perteneció esta
pequeña aldea, desde los años finales del siglo XI en que
posiblemente se fundó tras las iniciativas castellanas de
repoblación, al Común de Villa y Tierra de Guadalajara, siendo de
señorío real, hasta que mediado el siglo XV, el rey Juan II de
Castilla entregó el lugar en dote a su hermana Catalina, cuando ésta
casó con su primo, el turbulento infante de Aragón don Enrique.
Pero este mismo Rey, pocos años después, se lo quitó alegando que
su cuñado le movía guerra, y lo entregó en donación generosa a su
afecto cortesano don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de
Santillana.
A
la muerte de éste en 1458, pasó a su hijo predilecto, el que fuera
gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, quien
enseguida inició la construcción de un castillo, en el que muy
posiblemente deseaba plasmar las ideas que sobre castillos palacios
tenía recibidas de Italia, en orden a fraguar se para su
residencia en caso de peligro político, un magno edificio a la par
lujoso y seguro. En 1469, sin embargo, desistió de su idea, y puso
sus miras en Jadraque y Maqueda, lugares de mayor importancia
estratégica para sus objetivos, y dotados ya de sendos castillos en
los que poder desarrollar más ampliamente sus ideas constructivas.
En
esa fecha, el entonces obispo de Sigüenza propuso al noble
castellano Alvar Gomez de Ciudad Real, secretario del rey Enrique IV,
un trato, consistente en el cambio de su villa de Pioz con el
iniciado castillo, los lugares de El Pozo, los Yélamos y algunos
otros enclaves de la Alcarria, por la fortaleza y villa amurallada de
Maqueda. El trato aceptado, Pioz pasó a las manos de la familia de
los Gomez de Ciudad Real, en la que destacaron algunos elementos como
políticos y poetas durante el siglo XVI. Ellos continuaron la
construcción del castillo, completándolo tal como hoy lo vemos en
los años finales del siglo XV. Después, y sin apenas haber servido
para su residencia, y mucho menos para ser el protagonista de ninguna
batalla, la fortaleza se vio abandonada, y aunque los dueños
pusieron alcaide y encargados del mantenimiento de la casa fuerte, el
progresivo deterioro que procura la falta de uso dio tras muchos
siglos el resultado que hoy puede comprobarse.
Se
trata de un castillo de llanura, dominante de amplios horizontes
desde sus adarves, y visto a su vez desde lejanas posiciones en la
plana meseta de la Alcarria baja. En leve altura sobre el pueblo, del
que apenas destaca sobre sus tejados, se encuentra totalmente rodeado
de un hondo foso que los siglos han ido rellenando. Por la parte
meridional, tenía la entrada habitual y principesca: dos machones
cilíndricos fuera del foso servían para que apoyara el puente de
madera, levadizo, que se dejaba caer desde el correspondiente hueco
abierto en la barbacana o recinto exterior de la fortaleza. Por la
parte septentrional, una estrecha puertecilla a modo de poterna
permitía la entrada, o salida, del castillo directamente sobre la
profundidad del foso. La escalerilla de acceso de esta poterna al
recinto de ronda, es estrecha, empinada y en zigzag, de modo que se
encuentra perfectamente defendida desde el interior.
El
muro externo de la fortaleza es enormemente grueso, construido en
escarpa poco pronunciada, que ha sufrido con mayor crudeza la rapiña
de los aldeanos. Culmina en muralla poco elevada, con almenas y
adarve al que se accedía por escalerillas desde el camino de ronda.
Se completa con torreones esquineros cilíndricos en los que podían
albergarse piezas de artillería, para cuyo uso aparecen orificios en
forma de troneras con vanos circulares rematados en cruz, algunos de
perfecto perfil. El castillo propiamente dicho, o recinto interior,
es de planta cuadrada, con altos muros lisos en los que, a la altura
de los pisos interiores, se abren algunos ventanales amplios. El
resto del paramento solo se abre para ofrecer estrechas y alargadas
saeteras que, especialmente desde las esquinas, cubren el paso de la
ronda, y especialmente la entrada principal y la subida desde la
poterna.
En
las esquinas del castillo se alzan fuertes torreones de planta
cilíndrica, rematados en leve moldura sobre la que muy posiblemente
en su momento inicial se alzaban esbeltas almenas, hoy totalmente
desaparecidas. En la esquina noroeste álzase la torre del homenaje,
de irregular planta, cuadrada por un lado y circular por otro, en la
que se preparaba el sistema defensivo último, de emergencia. Para
entrar en esta torre, debía hacerse a través de otro puente
levadizo, de los de tipo de brazo con contrapeso y eje central,
complicado sistema que hacía muy segura la torre, a la que luego
debía aún ascenderse a través de escalera de caracol interior.
El
recinto interno del castillo está hoy totalmente vacío, ofreciendo
los pelados muros, y las torres que ofrecen en su nivel inferior
sendas puertecillas estrechas que permiten la entrada a sus cuerpos
bajos, en los que sucintas saeteras cumplían la misión de
vigilancia y defensa típicas.
Es
muy de destacar, aunque de todos modos era algo habitual en los
castillos medievales, la obligación de discurrir en zigzag desde la
entrada a la fortaleza por el puente levadizo, hasta poder acceder a
la puerta principal del recinto interior o castillo propiamente
dicho. Ello obligaba a los visitantes a recorrer un buen trozo de
camino de ronda, lo que permitía su reconocimiento y la defensa
desde dentro.
Destacamos nuevamente, tratándose de un castillo iniciado en sus fundamentos por uno de los Mendoza más aficionado a la arquitectura, que la función de este castillo, aunque muy volcada hacia la defensa frente a un posible ataque guerreo, guarda al mismo tiempo una intención residencial, de tal manera que el arquitecto italianizante al servicio de los Mondoza, Lorenzo Vazquez, copiara muchos detalles de la estructura general del Castillo de Rocca Pia, en la ciudad italiana de Tívoli del año 1459.
No
es de extrañar este hecho, máxime teniendo en cuenta que el hijo
del Cardenal Mendoza, el marqués del Zenete don Rodrigo, llamó a
este Lorenzo Vazquez (que luego habría de construir los palacios de
Antonio de Mendoza en Guadalajara, de los duques de Medinaceli en
Cogolludo y el convento franciscano de San Antonio en Mondéjar) para
construir el castillo-palacio de La Calahorra en Granada, en el que
tras los severos muros de tono medieval y guerrero, escondió un
delicadísimo patio y estancias cuajadas de decoración plateresca
muy hermosa. Es más, no sería excesivo aventurar que para este
castillo de Pioz, el Cardenal don Pedro González de Mendoza hubiera
concebido un patio de estilo plateresco que, por las circunstancias
del cambio de esta posesión por la de Maqueda, ya no llegó a
construirse.
Fuente: Castillos del Olvido
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