jueves, 27 de febrero de 2020

Murallas de Illescas (Toledo)


Los restos de las Murallas de Illescas se encuentran situadas en la población homónima de la provincia de Toledo (Castilla-La Mancha). 

Se cree que datan del siglo XI y el resto más significativo lo constiyuye el denominado Arco de Ugena, también conocido como “Puerta de Ugena”. Su construcción se atribuye a Alfonso VI, rey que recuperó la villa para la cristiandad en el año 1.085. 

Este monarca comenzó la repoblación y colonización del lugar. Debido a la inestabilidad del momento y al crecimiento del número de habitantes, dispuso una fortificación de carácter defensivo que, además, permitía la fiscalización y control de las mercancías y personas procedentes del territorio señorial circundante. Con este objetivo, rodeó la zona de una muralla con cinco puertas de acceso: la “Puerta de Madrid”; la “Puerta de Toledo”; la “Puerta de Talavera”; la “Puerta del Sol” y la “Puerta de Ugena”, conservada esta última parcialmente y, cuyo aspecto actual, corresponde a la restauración llevada a cabo en el año 1995. 

Este recinto amurallado del que conocemos, además, la construcción de un alcázar en el siglo XIV junto a la “Puerta del Sol”, sufrió desperfectos durante los siglos posteriores, en las revueltas de Álvaro de Luna y en la Guerra de las Comunidades, motivando que en el siglo XVIII ya no quedasen apenas restos de la fortificación. 

Es una edificación singular, de estilo gótico – mudéjar, en su primera fase de gestación, por la morfología y el entorno histórico en que se desarrolló la construcción. Es un cuerpo de edificación de planta cuadrada, abierto por dos arcos, apuntado en su cara norte y de medio punto en la cara sur que abre hacia la villa, habiéndose perdido la bóveda entre ambos; cierra por los otros dos costados en su orientación este y oeste. La fábrica es de ladrillo y mampostería. También llamada Puerta de Peregrinos, es una de las puertas del recinto amurallado que construiría el rey Alfonso VI en el año 1.085. De unos 2.300 metros de perímetro, cada veinte o veinticinco metros se levantaba una torre, bien almenada con una elevación de diez metros y espesor de tres. 

La muralla, construida en mampostería de ladrillo y piedra, alternando con tapiales de tierra, fue objeto de restauraciones diversas, la primera por el Rey Sancho IV (1284 – 1295), más tarde por D. Pedro Tenorio (1377 – 1399, en tiempos del Arzobispo de Toledo), se reconstruyó la Puerta del Sol. Posteriormente, las murallas fueron gravemente dañadas en las luchas de Álvaro de Luna, y reparadas en 1503 por orden del Cardenal Cisneros. 

También fueron dañadas durante las revueltas de las guerras de las comunidades. Renovadas, después, en algunas de sus partes por un muro de piedra, que con el paso del tiempo, se desmoronó a finales del siglo XVII. En 1788 todavía quedaban vestigios de las murallas y de las puertas de Ugena y Madrid, y restos de las de Toledo y Talavera. La Puerta del Sol se destruyó durante la guerra de la Independencia. 

Fuente: Castillos del Olvido

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Castillo-Palacio de Galiana (Toledo, Toledo)


El Castillo-Palacio de Galiana se encuentra situado en la llamada Huerta del Rey, a las afueras de la ciudad de Toledo, capital de la Comunidad de Castilla-La Mancha. 

El edificio que conocemos hoy en día como Castillo-Palacio de Galiana se corresponde casi con total seguridad con la almunia del rey de la Taifa de Toledo al-Ma´mun (1043-1075), cuyos verdaderos palacios regios se asentaban en la zona donde hoy se sitúa el Convento de Santa Fe. 

Tras la conquista cristiana pasó a denominarse almunia real o Huerta del Rey, nombre que aún conserva. El primitivo edificio islámico sufrió grandes y sucesivos destrozos por causas diversas, entre las que destacan, debido a su situación en la vega extramuros de la ciudad fortificada, las incursiones de ejércitos almohades y almorávides en los siglos XI y XII, o también de tropas cristianas que allí acamparon en 1212 para hacer frente a los almohades. 

Pero según parece el edificio original no fue completamente destruido de modo que el palacio mudéjar que ha llegado hasta nuestros días utiliza en gran medida la estructura de la edificación islámica, de tal forma que la obra mudéjar fechada en el siglo XIII -a la que siguió probablemente otra posterior en el XIV- consistió básicamente en la reparación de los lienzos más deteriorados y, sobre todo, en labores decorativas entre las que destacan yeserías, zócalos y arquillos de ventanas. 

Todo ello se deduce de la observación detallada de la planta del edificio, típicamente islámica, compuesta por salas de recepción conectadas con una espaciosa alberca y todo ello rodeado de jardines. Las fuentes documentales islámicas citan a Ibn Wafid y a Ibn Bassal como diseñadores de los jardines. 

La propiedad del Palacio de Galiana pasó en 1385 al Convento de Jerónimos de la Sisla por donación del rey Juan I. Los monjes venden el edificio en 1394 a Beatriz de Silva -esposa de Alvar Pérez de Guzmán-, fecha en la que debió hacerse la segunda reforma mudéjar pues se conservan escudos de los Silva y de los Guzmán en la yeserías. 

Pero lo que convierte a este lugar en un emplazamiento legendario y de bellísimas evocaciones es la leyenda que narra los amores de Carlomagno con Galiana, la hija del rey musulmán Galafre. La leyenda tiene su origen en el cantar de gesta francés denominado Mainet o Mainete, en la que se narra la llegada de Mainet con sus franceses a Toledo -Mainet es el nombre que toma el joven Carlos para vivir de incógnito en Toledo, donde va desterrado- y que el rey moro lo hospedó “...en su alcázar menor, que llaman agora los palacios de Galiana, que él había hecho muy ricos a maravilla, en que se toviese viciosa aquella su hija; e este alcázar o el otro mayor eran de manera hechos que la infanta iba encubiertamente de uno al otro cuando quería...”. Se refería pues a los verdaderos palacios regios, hoy Convento de Santa Fe. 

Según Menéndez Pidal, el nombre de Galiana hace referencia a la Vía Galliana, es decir, el antiguo camino romano que unía Toledo con las Galias -Francia- arrancando en los mencionados palacios regios para salir de la ciudad por la Puerta de Perpiñán y el Puente de Alcántara, y que pasaba por Guadalajara y Zaragoza hasta cruzar los Pirineos en el Summo Portu (Somport) de Canfranc. 

Pero es en el siglo XVI cuando tal vez por las modificaciones en estos palacios convertidos en conventos y por el arraigo de la leyenda carolingia de Mainet se menciona por vez primera a la almunia real o Huerta del Rey, también junto a la senda Galiana, como los Palacios de Galiana. 

El recuerdo de los ingenios árabes presentes en esa almunia, donde algunos autores ubicaban las clepsidras de Azarquiel y las albercas que se llenaban o vaciaban en ciclos perfectos de 29 días según los meses lunares, o la cúpula o “qubba” por la que se deslizaba el agua creando maravillosos reflejos hicieron acrecentar su fama legendaria. 

También en el Palacio de Galiana se localiza otra leyenda, la de la Mano Horadada, que cuenta cómo estando Alfonso VI alojado como huésped de Al-Ma´mun en esta almunia, escuchó una conversación del rey árabe con sus ministros sobre cuál era el flanco más débil de la ciudad. Alfonso se hizo el dormido y Al-Ma´mun quiso asegurarse de ello, por lo que en voz baja para no despertarle pero suficientemente alta para que lo oyera si se hacía el dormido pidió que le trajeran plomo fundido. Le acercaron el metal hirviendo y logró no inmutarse hasta que le derramaron el plomo, momento en el que gritó de dolor por el agujero que ello le provocó en la mano que tenía extendida. Al-Ma´mun quedó tranquilo pensando que no les había escuchado, pero según la leyenda, poco después Alfonso entró a la ciudad por ese flanco. 

Fuente: Castillos del Olvido

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Castillo de Villalba (Cebolla, Toledo)


El Castillo de Villalba es un castillo completamente en ruinas, cuyas partes más antiguas conservadas corresponden a los siglos XI y XII, que se encuentra en las cercanías de la localidad de Cebolla, en la provincia de Toledo (Castilla-La Mancha). 

Fue construido por los musulmanes, probablemente entre los siglos XI y XII, sobre los restos de una fortaleza romana erigida para controlar y defender el paso de la calzada romana que unía Toletum (Toledo) con Emerita Augusta (Mérida) por la orilla izquierda del río Tajo. 

El castillo fue edificado posiblemente sobre una antigua fortaleza romana, para ser posteriormente objeto de reacondicionamiento en la época de dominio del Califato de Córdoba, con importantes reformas tras su conquista por la Orden del Temple. 

Más tarde pasó a manos privadas, perteneciendo a diferentes familias nobles, siendo hoy propiedad de los condes de Deleytosa, aunque su estado es de total ruina. Acerca de este enclave tan sólo podemos argumentar que su estratégica situación, en lo alto de un cerro desde el que se divisa la amplia vega del Tajo y junto a una encrucijada de caminos, ofrece condiciones idóneas para el establecimiento de un puesto fortificado que controle el territorio. 

Al pie del cerro pasaba una calzada romana, la vía de Antonino Pío, lo que justifica la posibilidad de al menos una “mansio”. En su mismo emplazamiento se registraron materiales romanos, aunque la obra militar en su mayoría se construye en época islámica, y posteriormente alguna reforma bajo la propiedad de la Orden del Temple. 

Se ha pretendido identificar con el castillo de Bolobras que aparece en un privilegio de Alfonso VII de 1142: “...Dono uobis et castellum de Bolobras cum omnibus aldeis et terminis et riuo Tagi et Pusam et totam terram et ualles…”. 

Su planta es de forma casi rectangular, y tenía una barrera exterior de la que pueden verse algunos restos en uno de sus lados. No tiene torre del homenaje pero sí torres rectangulares en cada una de sus cuatro esquinas, de las que hoy día sólo se mantiene en pie la de la esquina izquierda de la fachada principal. 

También tiene torres rectangulares en el centro de tres de sus lados. En la fachada principal se encuentra la puerta de acceso, con arcos de medio punto, que está protegida por sendas torres cuadradas situadas a ambos lados de la misma. Carece de matacanes, voladizos o fosos, y su interior se encuentra totalmente destruido. Sus muros fueron construidos con cantos rodados unidos mediante una fuerte argamasa de cal. 

Fuente: Castillos del Olvido

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Castillo de Santiesteban (San Martín de Pusa, Toledo)


El Castillo de Santiesteban se encuentra situado en la llamada Dehesa de Valdepusa, en la Finca Molino Blanco a 7 kilómetros de la localidad de San Martín de Pusa, en la ribera del río Pusa y al sur de la provincia de Toledo (Castilla-La Mancha). 

Parece ser que data del siglo XII. Poco se sabe de su historia, tan solo que en el siglo XIV perteneció a Diego Gómez de Toledo, pasando después a los Marqueses de Malpica y Duques de Arión, señores de Valdepusa. 

El señorío de Valdepusa remonta sus orígenes al siglo XIII, aunque la jurisdicción no le fue concedida hasta el 26 de mayo de 1357, siendo entonces su señor don Diego Gómez de Toledo, cuya hija Teresa dio una hija, de nombre María, al rey de Castilla Pedro I. 

Actualmente sus ruinas carecen de elementos que den una idea de como fue realmente. Sólo se conservan dos ruinosos trozos de gruesas cortinas. Carece de saledizos, adarve y almenas y su puerta principal debió estar en el oeste, ya que la rampa de acceso que rodea el cerro termina ante ese costado. 

Se encuentra en estado de ruina avanzada, tan ruinoso que poco a poco va cayendo lo poquísimo que queda, y en apenas unos años ya no quedará nada. Actualmente pertenece a los marqueses de Malpica.

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Castillo de San Esteban (Santiesteban del Puerto, Jaén)


El Castillo de San Esteban se encuentra situado en las cercanías de la población de Santiesteban del Puerto, en la provincia de Jaén (Andalucía). 

El castillo se situó en un cerro amesetado, de perímetro amurallado casi rectangular, con 820 metros de altura y unos doscientos de diámetro. Su sistema defensivo alcanzaba parte de la población. Desde la fortaleza se conectaban los castillos de Vilches, Torre Alver, Iznatoraf y Chiclana. 

Como es habitual en el Alto Guadalquivir, el origen de Santisteban se remonta a un antiguo poblado ibérico, así, en época del emperador Adriano había un oppidum conocido con el nombre de Ilugo, ubicado cerca de la actual población. La romanización entró en crisis en los siglos II y III de nuestra era y, durante la etapa visigótica, cambió el primitivo nombre de Ilugo por el de San Esteban. 

En época musulmana el municipio se conoció con el nombre Sant Estiban, siendo cabecera de un “Iqlim” o distrito, según distintas crónicas árabes. Desde el principio de la invasión árabe, esta zona será en distintas ocasiones subyugada como lugar estratégico de paso hacia Toledo. El trazado por la comarca de importantes vías romanas (Augusta o Camino de Aníbal) provocó que fuera una ruta habitual durante la ocupación árabe. 

El ser arteria de comunicaciones y plaza fuerte por su orografía, le valió también ser protagonistas de las luchas entre los Banu Habil contra el poder central del omeya. En 914, el castillo de Santisteban fue ocupado por los cuatro hermanos Banu Habil. Uno de ellos, Habil, fue atacado por un ejército cordobés. El rebelde llegó a un acuerdo con Abd al-Rahman, mediante el cual prometía servir al emir y participar con su gente en las expediciones que éste realizara, pero a condición de que se le permitiera continuar viviendo en Sant Astiban. 

En 924 Abd el-Rahman III durante veinticinco días cercó estrechamente el castillo de San Esteban e hizo construir hasta seis fortines en su entorno para estrechar el cerco y, no pudiendo proseguirlo personalmente, encargó a sus generales que rindieran la fortaleza. El asedio rescató esta plaza para los omeyas. Su sistema defensivo, al hundirse el Califato de Córdoba, se hizo más complejo y eficaz. Se reestructuró la fortificación dotándola de murallas con tapial de argamasa, se ensanchó el arrabal, se mejoró la canalización de aguas, se dotó a la población de fuentes y de aljibes y se construyó una fuerte alcazaba en la cumbre del cerro. 

Este castillo fue sitiado en 1225 por Fernando III el Santo, al que se le rindieron los musulmanes en 1226. Santisteban se entregó a cambio de una suma de dinero y acémilas. Con ello quedaba subsanada una grave deficiencia: hasta entonces las conquistas andaluzas de Castilla habían estado unidas a ella por un estrecho cordón umbilical (el territorio comprendido entre las cuencas de Jándula y el Guarrizas). Con la adquisición de Iznatoraf y Santisteban se aseguraban los caminos de Úbeda y Baeza. 

Aunque, en principio, el rey le dio rango de tierra de realengo, a partir de 1254, Alfonso X lo donó a Úbeda, si bien por mandato de Sancho IV, en 1285, recuperó su condición de villazgo de realengo asignándosele la custodia del puerto de Montizón. Esta situación se mantuvo hasta que Fernando IV, en 1300, lo concedió en señorío a la Orden de Calatrava, aunque sólo tres años después volvió a recuperar su condición de tierra de realengo. 

El papel preponderante de la capital del Condado, en la baja Edad Media, hizo que se dotara el castillo de una torre rectangular, actualmente muy deteriorada, que abría con puerta de arco gótico, cubierta en su interior con bóveda de medio cañón apuntada y, en 1337, Alfonso XI consolidó el conjunto de la fortificación, al levantarse una nueva y sólida muralla que discurría por lo que después sería el palacio de los duques de Medinaceli, con accesos como las puertas nombradas como Ojo de la Villa, los Tiradores del Salteadero, la de Baeza y la Nueva o del Espíritu Santo. 

A partir de 1371, Enrique II convirtió Santisteban en señorío a favor de Men Rodríguez de Benavides, incluyendo además Navas y Castellar. En 1473 Enrique IV concedió a Díaz Sánchez de Benavides el título y privilegio de Condado de Santisteban y así lo confirmaron los Reyes Católicos. 

En torno al escarpe de la meseta se organizaron sucesivamente el oppidum y el castillo altomedieval. Sobre este asentamiento construyeron los bereberes un recinto de calicanto muy empedrado que coronaba el cerro en tornos a los siglos XI y XII. Para asentarlo hubieron de excavar parcialmente el borde del escarpe y luego, concluido el muro, rellenaron el espacio interior, contribuyendo con ello a la nivelación de la meseta natural. Esta obra se completó con otra cristiana en el siglo XIII en cuyo recinto cabían holgadamente más de dos mil personas. 

El castillo, con unas medidas de 62 por 140 metros, contaba con torreones tanto macizos como huecos. El único torreón que queda en la actualidad, cuya función básica era la de proteger y vigilar el acceso al castillo, es de planta rectangular, y mide 6,10 por 5,30 m de lado. La entrada a la torre se hacía por una puerta rematada por un arco apuntado. En una de las jambas de la entrada, cerca del suelo, un mampuesto presenta una cruz potenzada toscamente labrada. El aposento interior se cubría con bóveda de medio cañón apuntada. 

Aparte del castillo, hubo murallas construidas en 1337 de las que aún quedan vestigios en el pueblo, así, en el lado Norte se pueden apreciar restos de una muralla que bajaba por la ladera hasta otro pequeño cerro conocido como La Torrecilla, en la que existía un torreón que desapareció totalmente y que cerraba la población por el oeste; o también se puede destacar una torre albarrana rectangular que es hoy día el campanario de la iglesia de Santa María.

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Castillo de San Vicente (Hinojosa, Toledo)


El Castillo de San Vicente se encuentra situado en la población de Hinojosa de San Vicente, en la provincia de Toledo (Castilla-La Mancha). 

Se encuentra en la cima meridional del cerro del mismo nombre (1.321 metros). En toda la Sierra de San Vicente, de gran belleza natural, pueden apreciarse huellas de los pueblos íberos que existieron en la zona, destacando las esculturas de toros que se exponen en algunas plazas de los pueblos. La cronología de este castillo es difícil de precisar. A falta de estudios rigurosos o documentación esclarecedora de la época, hemos de sondear las escasas fuentes escritas que hay sobre él. 

En primer lugar, hay una serie de escritos antiguos que atribuyen a la Orden del Temple la posesión del castillo. Ya en las Relaciones de Felipe II, en 1578, a la pregunta de que si había restos de edificios antiguos en la comarca de Castillo de Bayuela (aún Hinojosa y sus tierras no se habían independizado de esta villa), respondieron que “...el castillo de San Vicente fue monasterio de Templarios, esta en parte y lugar que a estar fortificados fuera cosa inexpugnable, tiene a los lados dos torreones caídos...”. 

Pocos años después, en 1590, el padre Juan de Mariana visitaría sus ruinas y, como ya hemos comentado, también recoge la tradición según la cual el castillo había pertenecido a los Templarios. Pero, además, ofrece un dato nuevo: las ruinas del castillo pertenecían a una abadía toledana. Con seguridad se trata de la antigua abadía de Canónigos Regulares. 

Gómez de Morales escribe: “...posteriormente, por el año de trescientos y veinticinco que se contaban de los moros [año 935 de la Era Cristiana], el Miramamolín, hijo de Maotmat, mandó edificar en este sitio un castillo más fuerte e inexpugnable que los que se hallaban construidos, donde pudiesen defenderse de sus enemigos, el cual aún hoy permanece parte de sus vestigios. (…) Estuvo este en un encumbrado cerro, desde este tiempo hasta la destrucción de la morisma, poseído de esta vil canalla, el cual quedó yermo por un poco tiempo hasta que los Caballeros Templarios hicieron en él una granja, sujeta o hija del convento que tuvieron en Montalván, a la cual agregaron muchas casas, tierras y heredamientos...”. 

Así, en el relato de Gómez de Morales, la construcción de la fortaleza cuyas ruinas hoy quedan se atribuye a los musulmanes; la Orden del Temple, según éste, únicamente habría creado una granja o hacienda de campo en el cerro de San Vicente. En nuestra opinión, y siempre teniendo en cuenta los escasos datos de que disponemos, bien pudo ser ésta una fortaleza musulmana que, tras la reconquista cristiana del territorio, pasara a manos de la Orden de Canónigos Regulares provenientes de la abadía aviñonense de San Rufo, establecidos en la Sierra entre 1156-1158, en tierras cedidas por Alfonso VII o por su hijo. La posible estancia de la Orden del Temple en el lugar, un tanto dudosa, hubiera ocupado el corto intervalo que va entre la última década del siglo XIII, cuando los canónigos abandonan la abadía, y el año 1312 en que se disolvió la Orden. 

De la suerte posterior del castillo sólo podemos decir que en el siglo XVI ya se encontraba en ruinas. No es difícil imaginar el que este lugar, perdida la función para la que fue concebido y alejado de vías de comunicación principales, fuera cayendo en el abandono entrado el siglo XIV, como ocurrió con muchas de las fortificaciones de nuestra geografía. 

La planta de la construcción, en su perímetro exterior, prácticamente se puede inscribir en un cuadrado de 40 metros de lado, aunque su traza es irregular. La entrada se sitúa en el muro noroeste, cuya puerta debió estar flanqueada por dos torreones avanzados, de los cuales el mejor conservado es el del extremo oeste. 

Este torreón tiene planta trapezoidal al interior y, al exterior, su muro corto, forma semicircular; de este modo, el muro se hizo de mayor grosor que el resto y de frente curvo, previendo posibles ataques. También tiene dos ventanas, una, abocinada, en su esquina norte, y otra en el muro oeste, cerrada con arco de medio punto hecho con lajas de piedra. Junto al torreón yace un gran bloque de la bóveda de medio cañón que lo cubría, armada con lajas de piedra y argamasa. 

Los muros del extremo suroeste del castillo se asientan sobre la roca madre, en pronunciada pendiente, y seguramente por este motivo es el más derruido del conjunto. El muro sureste estaba jalonado por torreones, algunos de ellos apenas perceptibles hoy día. Caballero Zoreda y Sánchez-Palencia Ramos, dos estudiosos que visitaron el castillo en 1979 y 1980, distinguían al menos tres torreones, y defendían la tesis de que uno de ellos, el del ángulo oriental, es en realidad una atalaya anterior al resto del castillo, quizás de cronología emiral o califal. En nuestra opinión esta hipótesis es muy sugerente, pero no consideramos que haya suficientes argumentos para sostenerla; incluso, a primera vista, el estado de conservación de dicho torreón haría pensar que es posterior al resto. 

Este torreón de planta circular es el mejor conservado del conjunto. Tiene unos 6 metros de diámetro, un metro y medio de grosor de muro, y su construcción es algo distinta a la del resto: las hiladas del muro aparecen diferenciadas en alternancia y la argamasa es de color más blanquecino (posiblemente por contener mayor proporción de cal). Presenta un vano de acceso adintelado y orientado hacia el oeste; en él aún se observan los huecos para encajar los quicios de sendas puertas. 

En el interior, y a más de 2 metros de altura del suelo, hay un escalón que recorre todo su perímetro. En el cerro, a corta distancia de esta construcción, se encuentran también los vestigios de lo que creemos que fue una antigua abadía canonical y las ruinas de una ermita del último cuarto del siglo XVII, erigida sobre la cueva donde, según la hagiografía medieval y la tradición, se refugiaron San Vicente y sus hermanas al huir de las autoridades romanas. 

En la fábrica de la fortificación se empleó la mampostería aparejada, con fuerte argamasa para pegar las piedras entre sí; éstas proceden de la misma cumbre del cerro, donde abundan las formaciones graníticas. Los muros tienen un grosor aproximado de 1,25 metros. En el recinto se observan algunos restos de baldosas de terracota, fragmentos cerámicos y de hierro. También se conserva una pequeña pila monolítica. Ya en 1576 se dice que el castillo estaba arruinado. Su estado de ruina ha seguido hasta hoy. 

Fuente: Castillos del Olvido

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Castillo de San Silvestre (Novés, Toledo)


El Castillo de San Silvestre está situado en el municipio de Novés, perteneciente al término municipal de Maqueda, en la provincia de Toledo (Castilla-La Mancha). 

Se asienta en la antigua villa de San Silvestre, de donde toma su nombre, de la que sólo queda una pequeña iglesia, que sólo abre el 31 de Diciembre para celebrar la Misa de Año Nuevo, y una casa de labor. El acceso al castillo se puede realizar desde la localidad de Novés en dirección a Santa Cruz de Retamar, tomando el camino que surge a la izquierda inmediatamente al pasar el puente que hay sobre el arroyo de San Silvestre en dirección a un colegio de la localidad. 

El castillo fue construido por el comendador de la Orden de Santiago, don Gutierre de Cárdenas en el siglo XV, al mismo tiempo que se levantó el edificio del Castillo de la Vela, en Maqueda. 

Se trata de una pequeña fortificación, muy similar al de Maqueda. La planta del edificio es cuadrada y conserva tres de sus fachadas, una de ellas casi completa, lo que permite observar algunos detalles de su construcción. Las murallas poseen torres cilíndricas con base troncocónica en los ángulos y centros, así como el almenado de la muralla. Este almenado presenta la particularidad, única en la provincia, de que tiene dobles merlones de mampostería y ladrillo. 

Al igual que las del castillo de Caudilla y el de Maqueda, ambos pertenecientes a Gutierre de Cárdenas, las saeteras , de granito, están en forma de cruz de Santiago, con una abertura redondeada en la parte inferior, forma que también tienen las de la torre, éstas con tiros frontales y cruzados. La puerta de acceso está orientada hacia el este y debió tener un puente levadizo sobre el foso que se observa al pie de los muros. La puerta posee un blasón y tuvo un matacán, del que se conservan los canes. 

Este castillo carecía de Torre del Homenaje. Bajo el edificio se conservan dos grandes salas abovedadas a modo de sótano, tan largas como el edificio, y es posible que existan más, que en la actualidad estén enterradas a la espera de una una excavación arqueológica que las saque a la luz. 

Se encuentra en estado de ruina consolidada. Es de propiedad privada, y se halla en una finca dedicada, entre otras actividades, a la siembra de cereal.

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