El Castillo de San Vicente se encuentra situado en la población de Hinojosa de San Vicente, en la provincia de Toledo (Castilla-La Mancha).
Se
encuentra en la cima meridional del cerro del mismo nombre (1.321
metros). En toda la Sierra de San Vicente, de gran belleza natural,
pueden apreciarse huellas de los pueblos íberos que existieron en la
zona, destacando las esculturas de toros que se exponen en algunas
plazas de los pueblos. La cronología de este castillo es difícil de
precisar. A falta de estudios rigurosos o documentación
esclarecedora de la época, hemos de sondear las escasas fuentes
escritas que hay sobre él.
En
primer lugar, hay una serie de escritos antiguos que atribuyen a la
Orden del Temple la posesión del castillo. Ya en las Relaciones de
Felipe II, en 1578, a la pregunta de que si había restos de
edificios antiguos en la comarca de Castillo de Bayuela (aún
Hinojosa y sus tierras no se habían independizado de esta villa),
respondieron que “...el castillo de San Vicente fue monasterio
de Templarios, esta en parte y lugar que a estar fortificados fuera
cosa inexpugnable, tiene a los lados dos torreones caídos...”.
Pocos
años después, en 1590, el padre Juan de Mariana visitaría sus
ruinas y, como ya hemos comentado, también recoge la tradición
según la cual el castillo había pertenecido a los Templarios. Pero,
además, ofrece un dato nuevo: las ruinas del castillo pertenecían a
una abadía toledana. Con seguridad se trata de la antigua abadía de
Canónigos Regulares.
Gómez
de Morales escribe: “...posteriormente, por el año de
trescientos y veinticinco que se contaban de los moros [año 935 de
la Era Cristiana], el Miramamolín, hijo de Maotmat, mandó edificar
en este sitio un castillo más fuerte e inexpugnable que los que se
hallaban construidos, donde pudiesen defenderse de sus enemigos, el
cual aún hoy permanece parte de sus vestigios. (…) Estuvo este en
un encumbrado cerro, desde este tiempo hasta la destrucción de la
morisma, poseído de esta vil canalla, el cual quedó yermo por un
poco tiempo hasta que los Caballeros Templarios hicieron en él una
granja, sujeta o hija del convento que tuvieron en Montalván, a la
cual agregaron muchas casas, tierras y heredamientos...”.
Así,
en el relato de Gómez de Morales, la construcción de la fortaleza
cuyas ruinas hoy quedan se atribuye a los musulmanes; la Orden del
Temple, según éste, únicamente habría creado una granja o
hacienda de campo en el cerro de San Vicente. En nuestra opinión, y
siempre teniendo en cuenta los escasos datos de que disponemos, bien
pudo ser ésta una fortaleza musulmana que, tras la reconquista
cristiana del territorio, pasara a manos de la Orden de Canónigos
Regulares provenientes de la abadía aviñonense de San Rufo,
establecidos en la Sierra entre 1156-1158, en tierras cedidas por
Alfonso VII o por su hijo. La posible estancia de la Orden del Temple
en el lugar, un tanto dudosa, hubiera ocupado el corto intervalo que
va entre la última década del siglo XIII, cuando los canónigos
abandonan la abadía, y el año 1312 en que se disolvió la Orden.
De
la suerte posterior del castillo sólo podemos decir que en el siglo
XVI ya se encontraba en ruinas. No es difícil imaginar el que este
lugar, perdida la función para la que fue concebido y alejado de
vías de comunicación principales, fuera cayendo en el abandono
entrado el siglo XIV, como ocurrió con muchas de las fortificaciones
de nuestra geografía.
La
planta de la construcción, en su perímetro exterior, prácticamente
se puede inscribir en un cuadrado de 40 metros de lado, aunque su
traza es irregular. La entrada se sitúa en el muro noroeste, cuya
puerta debió estar flanqueada por dos torreones avanzados, de los
cuales el mejor conservado es el del extremo oeste.
Este
torreón tiene planta trapezoidal al interior y, al exterior, su muro
corto, forma semicircular; de este modo, el muro se hizo de mayor
grosor que el resto y de frente curvo, previendo posibles ataques.
También tiene dos ventanas, una, abocinada, en su esquina norte, y
otra en el muro oeste, cerrada con arco de medio punto hecho con
lajas de piedra. Junto al torreón yace un gran bloque de la bóveda
de medio cañón que lo cubría, armada con lajas de piedra y
argamasa.
Los
muros del extremo suroeste del castillo se asientan sobre la roca
madre, en pronunciada pendiente, y seguramente por este motivo es el
más derruido del conjunto. El muro sureste estaba jalonado por
torreones, algunos de ellos apenas perceptibles hoy día. Caballero
Zoreda y Sánchez-Palencia Ramos, dos estudiosos que visitaron el
castillo en 1979 y 1980, distinguían al menos tres torreones, y
defendían la tesis de que uno de ellos, el del ángulo oriental, es
en realidad una atalaya anterior al resto del castillo, quizás de
cronología emiral o califal. En nuestra opinión esta hipótesis es
muy sugerente, pero no consideramos que haya suficientes argumentos
para sostenerla; incluso, a primera vista, el estado de conservación
de dicho torreón haría pensar que es posterior al resto.
Este
torreón de planta circular es el mejor conservado del conjunto.
Tiene unos 6 metros de diámetro, un metro y medio de grosor de muro,
y su construcción es algo distinta a la del resto: las hiladas del
muro aparecen diferenciadas en alternancia y la argamasa es de color
más blanquecino (posiblemente por contener mayor proporción de
cal). Presenta un vano de acceso adintelado y orientado hacia el oeste; en él aún se observan los huecos para encajar los quicios de
sendas puertas.
En
el interior, y a más de 2 metros de altura del suelo, hay un escalón
que recorre todo su perímetro. En el cerro, a corta distancia de
esta construcción, se encuentran también los vestigios de lo que
creemos que fue una antigua abadía canonical y las ruinas de una
ermita del último cuarto del siglo XVII, erigida sobre la cueva
donde, según la hagiografía medieval y la tradición, se refugiaron
San Vicente y sus hermanas al huir de las autoridades romanas.
En
la fábrica de la fortificación se empleó la mampostería
aparejada, con fuerte argamasa para pegar las piedras entre sí;
éstas proceden de la misma cumbre del cerro, donde abundan las
formaciones graníticas. Los muros tienen un grosor aproximado de
1,25 metros. En el recinto se observan algunos restos de baldosas de
terracota, fragmentos cerámicos y de hierro. También se conserva
una pequeña pila monolítica. Ya en 1576 se dice que el castillo
estaba arruinado. Su estado de ruina ha seguido hasta hoy.
Fuente: Castillos del Olvido
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