El Castillo de Burgos se encuentra en la capital de la provincia homónima en la Comunidad de Castilla-León. Se alza en el llamado Cerro de San Miguel, dominando la bella ciudad castellana y desde el que hay una bellísima vista de la espectacular Catedral de Burgos. El castillo tuvo un papel importante en el devenir histórico de la capital burgalesa.
La
pequeña fortaleza levantada durante el reinado de Alfonso III, en
884, año de la fundación de la ciudad. Se convirtió en gran
alcázar Real, lugar de prisión, y lugar de alojamiento para
notables huéspedes. La reconstrucción final del castillo fue a
finales del siglo XV o a principios del siglo XVI. En 1813 los
soldados de Napoleón lo volaron antes de abandonar la ciudad.
Parece
que edificó esta desaparecida fortaleza, a fines del siglo IX, el
conde Diego Rodríguez Porcelos, por orden de Alfonso III el Magno,
sobre el cerro que domina el valle del Arlanzón y la antigua calzada
romana, para vigilar el paso de los musulmanes y oponerse a su avance
hacia los territorios de Cantabria y de León.
Después,
a medida que las circunstancias lo exigieron, fue acomodándose la
construcción militar a las necesidades palaciegas, convirtiéndose
en lujoso alcázar en tiempos de Alfonso VII y de Alfonso VIII. En el
siglo XV, durante la Alcaidia del Conde de Plasencia, aún se
conservaba espléndidamente en una era de su prosperidad, pero, a
finales del siglo XVI ya se acusa su decadencia, tiene que soportar
varias reparaciones e incendios, y prosigue paulatinamente su ruina,
hasta la completa destrucción el día 13 de junio de 1813, cuando
queda desguarnecido de tropas y volado con explosiones de pólvora al
abandonarle las fuerzas de Napoleón.
Esta
antigua fortaleza, levantada en lugar estratégico sobre la calzada
romana que iba de Zaragoza a Astorga, para vigilar los movimientos de
los sarracenos, no fue erigida precisamente para defender a la Corte
de Castilla, sino como atalaya emplazada en un puesto avanzado para
impedir el paso enemigo hacia el reino de León, y su origen
primitivo; acaso proceda del siglo VIII, cuando Alfonso I y su
hermano D. Fruela iniciaron la expansión de los cristianos en el
territorio ocupado por los árabes.
No
queda nada visible de los principales elementos de esta fortaleza,
solamente restos de algunos lienzos de murallas, cubos y puertas del
recinto edificado después para completar la seguridad de su
guarnición, la tranquilidad de sus vecinos y la solidez de una plaza
militar. Los cubos son obras recientes, iniciadas con idea de
reconstruir el grandioso castillo que presidió la historia burgalesa
durante diez siglos.
Las
murallas de la fortaleza conforman dos recintos concéntricos. El
interior está constituido por una muralla de gran potencia (2,30
metros de ancho) con torres distribuidas en su contorno, que actúan
como elementos de defensa y contrafuerte. Hay torres de planta
circular y rectangular, adosadas a la muralla y exentas (torre
albarrana).
La
torre albarrana se unía a la muralla en su parte superior por un
paso de madera o un arco. El recinto exterior es de menor altura y su
función es dificultar el ataque directo al recinto principal. Esta
muralla se complementa con otros elementos defensivos, como torre,
foso y la propia topografía del terreno.
El
castillo carece de torre del homenaje, el elemento
emblemático de los castillos medievales, y en su lugar se levantó
un palacio que sirvió como residencia real (Palacio de Alfonso X).
Los viajeros de otros tiempos describen el palacio como un edificio
porticado con tres pisos abiertos al patio de armas; el interior esta
decorado con motivos estucados mudéjares, algunos de los cuales
podemos contemplar actualmente en el Arco de Santa María, entrada
principal de la antigua ciudad medieval de Burgos.
El
pozo, una verdadera obra de ingeniería medieval, abastecía de agua
a los moradores del castillo. Está formado por un cilindro central
de 63,5 metros de profundidad, circundado por seis husillos con
escaleras de caracol que se comunican entre sí mediante pequeños
pasillos concéntricos al pozo, y cuya finalidad era el descenso al
fondo del pozo para su limpieza y mantenimiento. Está realizado en
su totalidad con sillares perfectamente escuadrados.
Su
fábrica es de piedra de sillería, quizás labrada entre los siglos
XII y XIV. Las galerías, abiertas a una profundidad de entre 6 y 10
metros, tienen su origen en las minas y contraminas construidas con
motivo de los asedios. Las más antiguas se remontan al siglo XV,
pues se excavaron durante el sitio de 1476. Las galerías están
conectadas con el pozo y la escalera de caracol.
Frente
a la puerta principal del castillo se levantaba el templo de Nuestra
Señora la Blanca. Cuenta la tradición que el conde Diego Porcelos,
fundador de la ciudad, mandó construir una pequeña iglesia en el
lugar donde una imagen de Nuestra Señora, oculta en una cueva en lo
alto del cerro, fue encontrada por su hija, doña Blanca. Muy pronto
alcanzó, por sus milagros, gran fama y devoción entre los
burgaleses, quienes dejaron pruebas de su fe en las numerosas tumbas
y capillas labradas a su costa. Durante la Edad Media fue una de las
parroquias más importantes de la ciudad. La iglesia permaneció
activa hasta la Guerra de la Independencia (1808-1813).
La
voladura del castillo arrastró consigo al templo, quedando después
agregados sus restos arquitectónicos y gran parte de sus bienes
muebles a la parroquia de San Pedro de la Fuente, que se reconstruyó
en estos años y en donde aún pueden contemplarse. Excavaciones
arqueológicas recientes han permitido reconocer la planta románica
de la iglesia y extraer materiales artísticos y de guerra que se
exponen en el pabellón arqueológico del castillo. En los últimos
tiempos viene celebrándose una romería en honor de esta Virgen,
trasladando en procesión su imagen del siglo XVII desde la parroquia
de San Pedro de la Fuente hasta la campa de su antigua
ubicación.
Hasta
mediados del siglo XX, el Cerro del Castillo y el cercano Cerro de
San Miguel carecieron de cualquier tipo de cobertura vegetal, como
correspondía a su condición de terrenos militares. Sin embargo, en
1954, estos montículos fueron declarados “zona forestal de
utilidad pública”, iniciándose, en 1956, la plantación de
árboles, sobre todo de coníferas.
Fuente: Castillos del Olvido
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