El Castillo de Guadalerzas se encuentra en el extremo noreste de los Montes de Toledo, a unos 17 km. de Los Yébenes, en la provincia de Toledo (Castilla-La Mancha). Se situa en un cerro junto al río Bracea.
Pero
esta fortaleza reúne además unas particularidades que la
diferencian de las peculiaridades de estos conjuntos defensivos,
nacidos con la clara finalidad de proteger un territorio o comarca
previamente definido. Desde época romana pasaba por este lugar una
calzada que unía Toledo y Córdoba. Conscientes los árabes del
valor estratégico del lugar, construyeron una fortificación para
defensa del desfiladero conocido por Congosto. Este recinto estaba
formado por una muralla de planta cuadrangular, una torre en cada
esquina y un patio de armas en el centro. En la actualidad los
escasos restos que se han conservado permanecen ocultos bajo un
montículo.
Después
de la conquista de Toledo (Alfonso VI, 1805) esta comarca se
convierte en frontera y por tanto en área de continuos
enfrentamientos entre cristianos y musulmanes, prolongándose esta
situación hasta principios del siglo XIII. Aunque el territorio de
Guadalerzas perteneció durante un tiempo a los hospitalarios, quien
construyó la nueva fortaleza, que pretendía consolidar la defensa
del entorno fue, a finales del siglo XII, la Orden de Calatrava. La
fecha de ejecución nos es hoy desconocida, pero en la década de
los años setenta, los calatravos fundaron allí el hospital de
«Godalferga», pues según documento fechado el 17 de enero de
1179, Alfonso VIII dona unas viñas en Aceca para dicho hospital.
Después
de la batalla de las Navas la línea defensiva pasa del Tajo a
Sierra Morena, y por tanto esta tierra dejó de ser escenario de
batallas. El hospital de Guadalerzas ya no servirá tanto para curar
heridos, sino más bien para alojar tropas que irían a luchar al
sur contra los musulmanes, y sobre todo para hospedar a los viajeros
y mercaderes que cruzan estas tierras con sus productos de Toledo a
Córdoba y viceversa. Los privilegios y derechos del hospital de las
Guadalerzas no pararon de aumentar; así a toda una serie de
Concordias a lo largo del siglo XIII que reafirmaban su posición,
en el siglo XIV el monarca Fernando IV le concede al Comendador de
los calatravos los derechos de montazgo a los ganados trashumantes a
sus paso por el puerto de Guadalerzas y Enrique II otorga a la Orden
de Calatrava quinientos maravedís sobre las aljamas de los judíos
desde el hospital hasta el puerto del Muradal y Villa Real.
La
primitiva unidad de lo que es hoy el núcleo principal de la torre
del homenaje de la fortaleza de Guadalerzas, fue una torre
rectangular aislada, con escasos vanos, una altura que oscila en
función de la nivelación del suelo entre los 18 y 20 metros y con
insuficientes elementos defensivos. El aparejo que predomina es la
mampostería, aunque el ladrillo aparece en las zonas más elevadas
en los múltiples añadidos a través de diferentes encintados. El
acceso a las diferentes dependencias de la torre estaría en alto,
como es frecuente en las construcciones cristianas similares de la
época.
Las
transformaciones y usos a lo largo de los siglos han imposibilitado
la conservación de los principales elementos y distribución
primitiva. Los pisos existentes en el interior de la torre del
Homenaje nada tienen que ver con el siglo XII, que seguramente
estarían realizados en madera. El arco de medio punto de acceso
también es posterior, al igual que las demás ventanas que han
llegado hasta nosotros, que por su elevado número y tamaño no son
características del siglo XII. Las originales serían seguramente
los dos huecos cegados que hay en el muro oeste del núcleo
originario.
Parece
ser que es en el siglo XV cuando se reproduce la transformación
total de la torre, realizándose la división de estancias,
ejecución de bóveda de ladrillo de la planta baja y primer piso,
y en el segundo se ejecutan los machones con arcos apuntados. Este
consistiría en un gran pabellón dividido en cinco tramos con
arquerías de ladrillo. El tercer piso tendría tres salas con sus
correspondientes bóvedas.
En
el siglo XV, además de las reformas de la torre, se procedió al
cerramiento amurallado del conjunto, seguramente por necesidad
operativa al aumentar el número de servicios. De esa época debe ser
la puerta en recodo, muy típica en esta centuria (XIV-XV) por sus
excelentes condiciones defensivas. A finales del siglo XVI, en 1572,
Felipe II vende el Castillo de Guadalerzas al Cardenal Siliceo para
que instale allí el Colegio de Doncellas Nobles de Toledo,
acondicinando las habitaciones de la parte de la vivienda.
Seguramente es ahora cuando se abren los grandes ventanales de la
torre.
La
muralla está a escasos metros de la Torre del Homenaje, destacando
su pequeño tamaño para la envergadura del torreón, siendo una
construcción (XIV-XV) muy posterior al edificio original. Tiene la
planta cuadrada con torres circulares en las esquinas. El aparejo es
de mampostería y ladrillo en las almenas del lado norte. En su
interior un adarve recorre la totalidad del recinto, exceptuando el
destruido con la construcción de la capilla.
En
el lado oeste se alza un recinto almenado construido en el siglo XIX,
imitando la fábrica antigua y tratando de adaptar el edificio a las
nuevas necesidades. Como elemento defensivo, existen unas troneras,
aspilleras en las almenas y matacán sobre la puerta del muro sur.
La muralla se realizó en su totalidad en varias etapas,
constituyendo toda ella una planta cuadrangular con cuatro torres
circulares y concéntricas a las esquinas que rodean la torre del
Homenaje. La mampostería utilizada pretende unificar el conjunto
del edificio, reservando la sillería para zonas muy determinadas,
como la puerta de entrada y las troneras. A finales del siglo XVI el
Cardenal Silíceo apenas realizó obras en la muralla, únicamente
añadió un escudo a la puerta de entrada, probablemente
sustituyendo algún escudo o cruz de Calatrava. En el siglo XIX se
vuelven a retocar diferentes partes de lienzos de los muros,
especialmente en el lado norte y este.
El
aparejo es de mampostería y ladrillo formando encintados. En el
interior la nave está cubierta con una bóveda de cañón
dividida en dos tramos por medio de un arco fajón. Sobre la nave se
alza una cúpula que se adapta al espacio cuadrangular por medio de
pechinas y descansa sobre cuatro arcos torales. Tiene tres grandes
ventanas rectangulares con decoración y cuatro ojos de buey en la
zona más alta de la cabecera. La decoración de la bóveda es de
molduras imitando ocho gallones con cuatro óculos. La puerta
adintelada en mármol negro, se construyó sobre un gran arco de
ladrillo que se puede contemplar en la actualidad al desplomarse en
el techo del vestíbulo.
Fuente: Castillos del Olvido
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