El Castillo de Medellín se alza sobre un cerro elevado junto al río Guadiana, en la localidad de Medellín, en la confluencia de los caminos entre la romana Mérida y la zona de La Serena, en la provincia de Badajoz (Extremadura).
En
el año 74, un campamento romano dio origen a la ciudad. Los
testimonios literarios de la época musulmana son considerablemente
antiguos, como los realizados por Al-Bakrí en el siglo X, o
Al-Idrisi en el XII, diciendo que estaba su castillo muy bien
poblado. Pasó de manos árabes a cristianas hasta su conquista
definitiva por Fernando III en 1234.
Durante
el siglo XIV paso por diversas manos muy belicosas, por lo que sufrió
grandes desperfectos y reformas. Pedro I el Cruel mandó destruir al
castillo, por la recriminación que Alfonso de Alburquerque, alcalde
del mismo, le hizo al rey por sus amores con doña María de Padilla,
siendo de esta manera infiel a su esposa doña Leonor de Aragón.
En
1357 Enrique II construyó el actual castillo, pero su configuración
definitiva se produce a lo largo de la segunda mitad del siglo XV,
fecha en la que se aprovechan algunos recursos existentes de etapa
anterior y se incorporan otros del momento, siendo su dueño el Conde
de Medellín, Don Rodrigo Portocarrero, a quien debe corresponder el
escudo jaquelado situado sobre la puerta gótica del lado occidental,
con una tipología propia de mediados del siglo XV, y luego su viuda
doña Beatriz Portocarrero.
Durante
el gobierno de esta señora, especialmente belicosa, el castillo de
Medellín se vió inmerso en un buen número de enfrentamientos
armados por tomar partido al lado de la Beltraneja en los conflictos
sucesorios a la Corona, entre Isabel la Católica y Juana la
Beltraneja, entre 1475 y 1479, en los que también participó gran
parte de la nobleza extremeña, como había ocurrido poco antes en
los enfrentamientos entre Enrique IV y su hermano el Infante Don
Alfonso. Por eso en estos años son justificables las distintas obras
realizadas en la fortaleza para mejorar sus condiciones defensivas y
de habitabilidad. Varias veces sirvió de residencia a reyes
portugueses por encontrarse de paso al país vecino. También sirvió
como cementerio durante mucho tiempo.
El
castillo tiene forma alargada y se adapta al terreno donde se
encuentra ubicado. Está formado por un cuerpo principal dividido
interiormente en dos mitades por una muralla diafragma, flanqueado
todo a su alrededor por un muro con cuatro cubos y dos torres en
forma de prisma que son las que dividen el recinto en dos. El
edificio tenía cuatro accesos pero únicamente se conservan dos, uno
con arco de medio punto y otro con arco apuntado. Destacan también
las dos portadas, una en forma de recodo y la otra de túnel.
El
cuerpo principal de la estructura está configurado por varios
lienzos planos que en su conjunto dibujan una forma oblonga dividida
en dos partes a causa de la disposición transversal de una muralla
diafragma en el medio. Alrededor existe otro recinto paralelo a modo
de barbacana o antemuralla, pero colocado a escasos metros de la
principal, aunque no se conserva en toda su extensión sí lo
suficiente para comprobar su existencia y, sobre todo, para apreciar
los interesantes sistemas de seguridad en los accesos, formados por
torres y baluartes que se disponen en el medio de los flancos
septentrional y meridional respectivamente. La estuctura de la puerta
meridional fue realizada a comienzos del siglo XVI por iniciativa de
Juan Portocarrero.
Entre
los elementos más significativos y monumentales cabe señalar las
dos altas torres que se elevan en el centro de los flancos norte y
sur del cuerpo principal, ambas con interesantes sistemas de
comunicación a base de escaleras y conductos que ponen en contacto
las distintas plantas de sendas torres y los adarves de los muros
contiguos así como con la muralla diafragma que, precisamente,
divide el interior del castillo en dos partes, extendiéndose entre
estas dos torres.
La
muralla diafragma es un recurso que permite fragmentar o
compartimentar el interior del castillo para facilitar su defensa en
caso de necesidad, pero al mismo tiempo permite la circulación
interior de sus defensores, tanto desde lo alto a través de un
andén, como en la parte interior del mismo ya que cuenta con un
pasillo o corredor dentro del muro. Tiene una tipología propia del
último tercio del siglo XV, especialmente acusada en las dos
torrecillas semicilíndricas o escaraguitas que se alzan en cada
lado, sobre ménsulas escalonadas en redondo, habituales en los
castillos señoriales de estas fechas, como otros detalles de la
fortaleza, troneras, arcos conopiales y demás elementos.
De
la época musulmana de este castillo se conservan escasísimos restos
aunque muy interesantes, como e aljibe hispano-musulmán
espléndidamente conservado, constituido con dos naves con una
columna al medio, de donde arrancan dos arcos que sirven de apoyo de
las dos bóvedas de cañón correspondientes a las dos naves.
La
materia prima que se utilizó, tanto en el castillo como en la
muralla, es la piedra. Se construyeron dos estructuras paralelas en
mampostería, es decir, piedras escasa o nulamente trabajadas, y en
sillarejo y sillares, es decir, piedras elaboradas de una forma más
precisa.
Esta
soberbia construcción defensiva sirvió durante muchos años como
cementerio hasta que, en época reciente, se ha restaurado y se le ha
devuelto su carácter de fortaleza. Muchos de sus entramados
arquitectónicos primitivos se han perdido pero aún conserva sus
esquemas defensivos que muestran la función protectora que ejercía
en otros tiempos.
Fuente: Castillos del Olvido
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