El Castillo de Jadraque se encuentra a las afueras de la localidad homónima de la provincia de Guadalajara (Castilla-La Mancha).
El
castillo se alza sobre el cerro más perfecto del mundo,
a orillas del río Henares,
formando parte de una serie de construcciones defensivas siguiendo la
ruta romana. El nombre de Jadraque procede del tiempo en que estas
tierras fueron dominadas por los árabes, y por ellos fue puesto el
castillo en lo alto del estratégico cerro, vigilante de caminos y
del paso por el valle.
En
1434 el rey Juan II hizo donación de Jadraque, de su castillo y de
un amplio territorio en torno, a su parienta Doña María de Castilla
(nieta del rey Pedro I el Cruel), en ocasión de su boda con el
cortesano castellano Don Gómez Carrillo. El estado señorial así
creado fue heredado por Don Alfonso Carrillo de Acuña, quien en 1469
se lo entregó, por cambio de pueblos y bienes, a Don Pedro González
de Mendoza, a la sazón obispo de Sigüenza, y luego Gran Canciller
con los Reyes Católicos.
Fue
este magnate alcarreño quien inició la construcción del castillo
de Jadraque con la estructura que hoy vemos. En un estilo que
superaba la clásica estructura medieval para acercarse al carácter
palaciego de las residencias renacentistas, a lo largo del último
tercio del siglo XV fue paulatinamente construyendo este edificio que
ya en el momento de su muerte entregó a su hijo mayor y más
querido, Don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, marqués de Zenete y
conde del Cid. Casó este bravo soldado, querido de corazón por los
Reyes Católicos y admirado como uno de sus más valientes e
inteligentes soldados, con Leonor de la Cerda, hija del Duque de
Medinaceli, en 1492.
A
la muerte de su primera esposa, cinco años después de la boda, casó
segunda vez con Doña María de Fonseca, viviendo con ella desde 1506
en la altura del castillo, y naciéndole allí entre sus muros la que
sería andando el tiempo condesa de Nassau, Doña Mencía de Mendoza,
quien siempre guardó un gran cariño hacia la fortaleza alcarreña,
y a ella se retiró a vivir en 1533 cuando quedó viuda de su primer
marido Don Enrique de Nassau. El boato de las nobles cortes
mendocinas, de aire inequívocamente renacentista, cuajó también en
estos tiempos en los salones de este castillo, que fue morada del
amor y el buen gusto. El castillo de Jadraque fue abandonado de sus
dueños a finales del siglo XIX, puesto a la venta y adquirido por el
propio pueblo en la simbólica cantidad de 300 pesetas. Era el año
1889.
El
castillo de Jadraque corona un cerro de proporciones perfectas. Su
alargada meseta, estrecha y prominente, que corre de norte a sur está
cubierta por las edificaciones de este edificio de planta
rectangular. El acceso se encuentra al sur, al final de un estrecho y
empinado camino que asciende entre olivos desde la base del cerro. la
entrada queda defendida por dos fuertes torreones semicirculares.
La
silueta o perímetro de este castillo es muy uniforme. Sus muros son
altos y muy gruesos, sin ventanas, vanos ni saeteras, y reforzados a
tramos por seis torres de forma circular y otras dos de forma
cuadrada, adosadas al muro principal. No existe torre del homenaje ni
estructura alguna que destaque sobre el resto. Los murallones de
cierre tienen su adarve almenado, y las torres esquineras o de los
comedios de los muros presentan terrazas también almenadas, con
algunas saeteras para disparar las armas.
Su
doble funcionalidad se puede comprobar perfectamente en el interior,
dividido en dos zonas: la dedicada a la defensa y la que se destinó
a la residencia de sus propietarios. Esta es una característica
propia de estas fortalezas construidas para defender sus zonas
circundantes y con el paso del tiempo se convierten en viviendas
habituales.
El
interior está completamente vacío, y en él se ve el antiguo patio
de armas, en cuyo suelo aparece un enorme foso cuadrado, hoy cubierto
con maderamen para evitar caídas accidentales, y que bien pudo
servir de sótanos y almacenamiento de provisiones y bastimentos. A
través de una escalera incrustada en el propio muro del norte, se
asciende al adarve que puede recorrerse en toda su longitud. En el
seno de la torre mayor, de planta rectangular, que ocupa el comedio
del muro del mediodía, se ha puesto hoy una pequeña capilla en
honor de Nuestra Señora de Castejón, patrona del pueblo.
El
recinto está construido en sillarejo, con piedra escasamente
trabajada y con sillares perfectamente elaborados y colocados en
hiladas. Al estar derruido y reconstruido con posterioridad la piedra
utilizada se caracteriza por su color blanco, dándole una nota
distintiva al edificio.
El
castillo fue subastado por la familia Osuna en el año 1889 debido a
su estado ruinoso. El cariño que siempre tuvieron los jadraqueños
por su castillo, en el que acertadamente siempre han visto el
fundamento de su historia local, les llevó hace cosa de 30 años a
restaurarlo en un esfuerzo común, mediante aportaciones económicas
y hacenderas personales, reconstruyendo sus muros y devolviéndole el
aspecto majestuoso que tuvo en otros momentos históricos.
Fuente: Castillos del Olvido
Galería:
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