El Castillo de Embid se encuentra localizado en la población homónima de la provincia de Guadalajara (Castilla-La Mancha).
Se alza sobre un cerro, ubicación fronteriza de
este castillo entre Aragón y Castilla que lo hizo escenario de
numerosos enfrentamientos. ya que durante varios siglos tuvo una
misión fronteriza, desde el año 1331.
Fue
erigido por Diego Ordóñez, criado de Alfonso XI. Durante la época
de Pedro I fue parcialmente destruido, y tras su reconstrucción en
el siglo XV, a partir de 1426, volvieron a tomarlo al asalto los
aragoneses. En el s. XVIII los ejércitos de los austrias lo
quemaron, en la Guerra de Sucesión.
Es
pentagonal su planta, bastante regular, con 22 metros de máxima
dimensión, conservando en cuatro de sus esquinas sendos cubos
coronados por las correspondientes almenas los tres que miran al
norte y desprovisto de ellas el orientado al sudoeste; del quinto,
solo quedan los cimientos. Algunas troneras propias para pequeños
tiros de artillería perforan a escasa altura las mencionadas
torres, así como las cortinas de cerramiento, en algunas de las que
persiste alta ventana cuadrada provista en el interior de los
consabidos bancos laterales de piedra; la cortina de poniente sólo
en parte subsiste, no quedando de la que al mediodía, sino algún
cimiento entre los peñascos; aquí pero incluida en el recinto del
castillo, se alza la cuadrada torre señorial con entrada tan alta
que era preciso el uso de una escalera de mano para alcanzarla,
conservándose bien el piso bajo y aún el principal, fabricados
con sillares y siendo sus paredes de gran espesor; de la parte alta
edificada con posterioridad sin duda alguna, restan dos paredones
menos robustos, advirtiéndose al lado de las incompletas almenas la
existencia de saliente balcón de piedra para batir el basamento de
la torre.
Aunque
esta parte del torreón se alzó ya en pleno siglo XV, las almenas
no son voladizas, por cuyo motivo hay bajo ellas una línea de
modillones sobre la que sin duda apoyarían en caso de sitio
salientes buhardillas o balcones de madera a fin de suplir aquel
defecto, y arroscándose al cerro, todavía se ve el camino para
ascender al castillo de Embid contorneándolo hacía la izquierda
hasta llegar a mediodía donde se abría entre dos cubos de puerta
de ingreso: estos cubos (el de la izquierda muy arrumbado) con la
parte baja de la torre del homenaje, es lo que subsiste del primitivo
castillo, correspondiendo el resto a la reconstrucción hecha en la
primera mitad del siglo XV; están provistos en cada uno de los
pisos de tres saeteras alguna de las cuales corresponde al tiempo en
que la artillería naciente y la ballesta de garrucha se disputaba
la hege- monía en la lucha a distancia, por lo cual, a la
perforación circular para el cañón con la rasgada mirilla
vertical situada encima, se añade otra transversal para el uso de
la ballesta, sólo queda un arranque del arco de entrada.
Como
la mayor parte de los castillos, el de Embid está totalmente
arruinado en su interior; el minúsculo patio debió estar rodeado
de habitaciones ordenadas en dos pisos a juzgar por las altas
ventanas que lucen los clásicos bancos laterales de sillería y
los cubos flanqueantes, están abiertos de arriba abajo por el
interior; el del centro sustenta la almenada plataforma con bóveda
en forma de cuarto de esfera, mientras en los laterales es de medio
cañón, con el dovelaje de una sola pieza. Si tuvo o no tuvo este
castillo recinto exterior con la correspondiente barbacana, nada
puede afirmarse pues ni vestigios de ella quedan.
El
castillo fue testigo de un considerable número de acontecimientos
bélicos y cambios de posesión, a los que sin duda se deben las
diferencias apreciables en sus fábricas, sometidas a reparaciones y
reedificaciones. Hasta el momento de su restauración, culminada el
año 006, la torre del homenaje se encontraba bastante mutilada
aunque la esbeltez de su figura seguía marcando el perfil del
castillo. Eran claramente visibles algunos de los elementos que la
distinguieron y que han servido de guía para su restauración,
como las huellas de las estructuras de sus pisos, algunas de sus
ventanas y troneras o el remate superior con sus almenas. Una de
estas estructuras remanentes, son los tres canes conservados en el
cuerpo superior del lado norte. Sabemos que, al menos, hasta los
años sesenta del pasado siglo, el paramento norte de la torre se
conservaba más completo, con un trozo de lienzo que conformaba un
hueco como de ventana hacia el interior, pero que al exterior solo se
correspondía con un pequeño ventanuco situado justo debajo de los
mencionados canes.
Es
posible que el origen del castillo de Embid estuviera precisamente en
una torre fuerte o en una torre vigía, lo que daría explicación
bastante plausible a las diferencias entre las fábricas de la misma
y, en especial, de las de los dos cuerpos inferiores con el resto. El
deseo de controlar el espacio exterior y ampliar la línea del
horizonte, parece ser la justificación de un ímpetu ascendente
que llevó a sus poseedores a alzarla más y más. Recordemos
cómo Juan Ruiz de Molina dejaba en el testamento (1453) a sus
cuatro hijos la obligación de costear su elevación. Tal vez ese
aumento de la altura sea el que de justificación a ese
desdoblamiento del muro que parece verse en el cuerpo superior, como
si se hubiera desdoblado o regruesado el peto para soportar una
planta más. También, podría dar explicación a la forma- ción
del matacán, de canes con modillones, situado justo encima de la
hoy desaparecida ventana que parece estuvo cegada (al menos
parcialmente).
En
los paramentos de la torre del homenaje, situados en el cuerpo
inferior, el más primitivo, existen toda una serie de pequeños
mechinales dispuestos en sucesión horizontal a lo largo de tres de
sus caras. La mayoría de los huecos con- tienen restos de madera de
pequeñas vigas. Podía pensarse que se trata del entramado
exterior para la construcción de la torre, es decir del andamiaje,
pero nos resulta extraño que se conserven justo a esa altura y no
más arriba. Igualmente extraño, o aún más, es pensar en
construcciones adosadas a la torre del homenaje, pues se trata de una
disposición que en nada concuerda con su carácter de reducto
defensivo, obligatoriamente libre de cualquier elemento que pueda
facilitar su acceso por los atacantes.
Cabe
la posibilidad de que, efectivamente, se trate de los testigos de una
construcción ligera, adosada a la torre, aunque levantada en época
tardía, a pesar de que nos choca la formación de las cajas. Otra
explicación sería la que habría de tener en cuenta que el
origen del castillo puede estar precisamente en su torre y que ésta
fuera, por lo tanto, una torre defensiva a la que con el tiempo se le
incorporaron las murallas, convirtiéndola en torre del homenaje del
castillo. Bajo tal premisa, se explicaría que en el cuerpo inferior
de la torre se encuentren las cajas, bien formadas, de la estructura
de madera de unas dependencias que la abrazarían por tres de sus
lados (el cuarto está apoyado directamente sobre la roca). Aún
así, nos queda la duda de si es correcto pensar en la existencia de
un cuerpo de dependencias adosado a la torre.
Hoy
día, y tras la restauración, puede verse prácticamente en su
totalidad: sus muros jalonados de cubos cilíndricos y la gran torre
del homenaje, rematado todo ello con almenas bien conservadas.
Fuente: Castillos del Olvido
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