El Castillo de El Cañavate se alza sobre el cerro del Castillejo, dominando en altura la localidad del mismo nombre en la provincia de Cuenca (Castilla-La Mancha).
Aunque
no se conoce el origen exacto de esta fortaleza, parece ser que
fueron los árabes quienes la construyeron aprovechando las ruinas de
algún emplazamiento o fortín ibérico, o de algún castro o
fortaleza romana. Ubicado en los confines de la inmensa llanura de La
Mancha, debió nacer como avanzadilla, atalaya y vigía del
impresionante castillo de Alarcón con el que, sin duda, debió
compartir orígenes, dueños y vicisitudes históricas.
No
es gratuita esta suposición sabiendo que, de los dos únicos sitios
por los que a pie se puede entrar o salir del inexpugnable castillo
de Alarcón, uno es la llamada Puerta de El Cañavate, defendida por
una torre albarrana pentagonal, con murallas que se descuelgan a uno
y otro lado del meandro hasta el mismo cañón del río Júcar,
teniendo que cruzar a continuación el Puente medieval de El
Cañavate, que se dice de origen romano, y otras dificultades más.
Con estos datos y sabiendo que El Cañavate fue tierra y Aldea de
Alarcón hasta 1480, fecha en que se le concedió el título de villa
de realengo con término propio, podemos concluir que, desde los
tiempos más remotos, los castillos de Alarcón y de El Cañavate
pasaron por las mismas manos y corrieron la misma suerte.
Quizás
ya en el siglo VIII, año 887, al establecerse en Alarcón el rebelde
Omar Ibn Hafsun, encarnizado enemigo de los emires de Córdoba, se
iniciase la construcción de una atalaya o castillo en El Cañavate,
aprovechando los restos de anteriores defensas. El año 1184, Alfonso
VIII, se apoderó de Alarcón y, según cuenta el Arzobispo don
Rodrigo Jiménez de Rada, lo dotó de muchas aldeas y erigió
fortalezas para que los árabes encontrasen la muerte en esta ruta.
Aún no haciendo don Rodrigo referencia expresa al castillo de El
Cañavate, con toda probabilidad el castillo fue una de las
fortalezas erigidas o reconstruidas.
El
año 1305 don Juan Manuel tomó posesión de Alarcón y sus aldeas,
estableciendo su residencia en el castillo de Garcimuñoz y pasando
muchísimas jornadas en el castillo de El Cañavate, controlando la
Ceca que aquí tenía instalada y practicando el deporte de la caza
del que era muy entendido y buen aficionado. El primer documento que
hace referencia expresa al castillo de El Cañavate tiene fecha de 5
de Enero de 1430 y se trata de un requerimiento que García Rodríguez
de Alcañavate, teniente del castillo de Alcañavate, hace a su
Alcaide, Lope de Alarcón, doncel del Rey en Alarcón, para que
dispusiese se hiciese obra en dicho castillo por estar muy arruinado.
No
hay constancia de si fueron o no atendidas las reiteradas peticiones
que el teniente del castillo, García Rodríguez de Alcañavate hizo
a Lope de Alarcón, pero es posible que se hiciesen las reparaciones
solicitadas porque, en otro documento fechado en Madrigal el 19 de
Mayo de 1439, Juan II de Castilla manda a Lope de Alarcón que
entregue los castillos de Alarcón y de Alcañavate a su primo el rey
de Navarra, resistiéndose por dos veces Lope de Alarcón, apoyado
por el concejo de la villa, a cumplir tales órdenes.
A
la muerte de Enrique IV (1474), se desató una guerra dinástica
entre los partidarios de los Reyes católicos, Isabel y Fernando y
don Diego López Pacheco, Marqués de Villena, defensor de los
derechos de Juana la Beltraneja que se había atrincherado en los
castillos de Alarcón, El Cañavate, Garcimuñoz y Belmonte. Vencidos
los partidarios de del marqués de Villena en 1480, los Reyes
Católicos castigaron muy severamente la altivez de Marqués
ordenando desmochar y derruir las torres y almenas del castillo de El
Cañavate, sirviendo parte de sus piedras para construir parte de la
ermita que conocemos, monumento de siglo XVI.
Unas
legendarias y desoladas ruinas delinean el camino que sube a la
ermita. Un paredón con su ojo siempre vigilante y unos apenas
emergentes restos de murallas, temerosas de decir su edad y de contar
intrigantes y lejanas historias, coronan el cerro en el que creció
un castillo. Castillo que deliberadamente empequeñeció su nombre
llamándose Castillejo porque a sus espaldas quiso
crecer una gran ermita con un gran nombre: Trascastillo.
El
acceso al castillo y al poblado íbero denominado Istonium, discurría
por un lugar distinto al actual camino de la ermita. Si se tiene
curiosidad y se observa detenidamente la falda sur del cerro,
descubrimos con suma facilidad, a mitad de ladera, una visible roza
transversal que se iniciaba en las proximidades de la llamada fuente
del Derramaor y llega hasta la pequeña cornisa de
piedra situada casi encima de la abandonada cantera inmediata al
pueblo. En determinadas piedras de la ladera y sobre todo en el
portillo practicado en la cornisa pueden identificarse con toda
claridad las hendiduras que en su día dejaron las ruedas de los
carros que accedían al primitivo poblado y al posterior castillo.
Actualmente,
lo único que queda es un paño de muro con una ventana, hecho de
mampostería.
Fuente: Castillos del Olvido
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