El Torreón del Baño de la Cava se encuentra formando parte del recinto amurallado de la ciudad de Toledo, capital provincial de la Comunidad de Castilla-La Mancha.
Es
uno de los lugares de Toledo más fotografiado y cargado de leyenda.
Así es llamado el torreón existente aguas abajo del Puente de San
Martín, y que en realidad parece ser un antiguo puente de barcas o
de madera, con varios accesos a diferentes alturas que servirían
para acceder al río en las diferentes épocas del año
independientemente del nivel que alcanzara el agua. Es un torreón
cuya construcción actual es resultado de intervenciones cristianas
sobre una antigua estructura árabe.
Es
de origen árabe y lejos de lo que nos cuenta la leyenda fue en el
siglo XII estribo de un puente de barcas destruido a comienzos del
s.XIII por las inundaciones, quedando todavía restos de obra en el
río. En la entrada hay inscripciones árabes en un cipo de mármol
que contiene un epitafio del siglo XI. Es un pequeño torreón
cuadrado de ladrillo y mampostería. Antes de la construcción del
Puente de San Martín, en la segunda mitad del siglo XIV, hubo un
puente de barcas en el siglo XII, del que se conserva sólo esta
cabecera. Estuvo protegido por una coracha que aún se conserva.
La
Cava era el apodo con que era conocida una dama visigoda, Florinda,
hija del conde D. Julián, encargado de la vigilancia del estrecho
de Gibraltar. Era costumbre que las hijas de los nobles viviesen en
Toledo, en la corte. Florinda, bella como ninguna y un poco “ligera
de cascos”, tenía la afición de ir a bañarse completamente
desnuda al río Tajo en un lugar próximo al palacio del rey D.
Rodrigo, situado entonces cerca de la Puerta del Cambrón y de lo que
hoy es San Juan de los Reyes, al lado del torreón, y cerca del Puente de San Martín, donde se dice que se bañaba la Cava.
El
caso es que D. Rodrigo la vio bañarse un día y prendado de su
belleza consiguió “yacer con ella” bajo promesa de matrimonio.
Luego, como el rey no cumplió lo prometido, Florinda se lo contó a
su padre. El conde, enfadado con la actitud de su rey, dejó pasar a
los musulmanes a la península, e incluso luchó a su lado junto con
los hijos de Witiza, el anterior rey, perdiéndose así el reino
visigodo. Dice la tradición que D. Rodrigo murió haciendo
penitencia como ermitaño y que D. Julián y los otros traidores
fueron asesinados por los propios árabes que no se fiaban de ellos.
Pasaron
los años, y los toledanos que vivían por la zona del Puente de San
Martín empezaron a ver por las noches a una mujer desmelenada, con
ojos de loca, que deambulaba junto al río, mirando sus aguas y
pronunciando palabras incoherentes y gritos lastimeros. Cuando algún
valiente se atrevía a acercarse a ella, echaba a correr y se perdía
en las sombras de la noche. Un día desapareció y nadie volvió a
verla.
Poco
después empezaron a ocurrir cosas extrañas. Al atardecer, cuando el
sol se ocultaba tras las colinas del otro lado del río, comenzó a
verse una figura fantasmal, descarnada y seca, en lo alto del torreón
del Baño de la Cava, mirando hacia lo que fuera el palacio de D.
Rodrigo. La figura emitía un grito terrorífico, el viento se
agitaba como en una tempestad, y, de pronto, una nueva figura, ésta
vestida de caballero con armadura, pero con la cabeza descubierta,
aparecía en la torre del palacio.
Los
dos fantasmas se miraban y entonces era cuando el huracán rugía con
más fuerza, la tempestad se desataba y el río se desbordaba
inundando la vega. En los montes cercanos vivía un ermitaño, santo
varón dedicado al ayuno y a la oración. Cierta noche, mientras
dormía, se le apareció una figura semejante a la que los toledanos
veían en el torreón, y le dijo: “Yo soy Florinda la maldita,
Florinda la Cava, la hija impura del Conde D. Julián. Cuando me
enteré de que España era presa de los hijos de Mahoma por mi
pecado, me vine a vivir junto al lugar donde perdí mi honor. Allí
estuve durante días hasta que caí muerta en el torreón maldito, y,
allí está mi cuerpo sin sepultar. Por las noches llamo a voces a D.
Rodrigo, cuya alma también pena por estos lugares, y juntos
intentamos pedir perdón a Dios y a los hombres.Ve allí y ayúdanos
con tus oraciones”.
Al
día siguiente, el ermitaño se dirigió al barrio del Arrabal y
reunió una procesión de fervientes cristianos. Al anochecer, con
una enorme cruz abriendo la comitiva y todos con teas encendidas
detrás, se presentaron en el torreón. Nada más penetrar la cruz en
el lugar, el cuerpo putrefacto de Florinda se levantó y se sumergió
en el agua del río ante la admiración de todos. Cayeron de rodillas
y rezaron sus oraciones. El lugar fue bendecido por el ermitaño y
todos volvieron a sus casas. Nunca más volvieron a verse almas en
pena por estos lugares. Aunque hay quien dice que desde el Puente de
San Martín, las noches de luna, se ve una figura blanca brillar
entre las oscuras aguas del Tajo, hacia la zona del torreón.
Fuente: Castillos del Olvido
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