jueves, 19 de marzo de 2020

Castillo Viejo de Valero (Salamanca)


En plena Sierra de las Quilamas, macizo montañoso al sur de la provincia de Salamanca (Castilla-león), y dentro del término municipal de la localidad de Valero, se encuentra el recinto amurallado conocido en la zona como "El Castillo" o "Castillo Viejo", mencionado en la literatura arqueológica en los últimos decenios. 

Se ocupó de él inicialmente César Moran, quien llegó a valorarle como "una fortaleza prehistórica de la Edad del Bronce, que atravesó la Edad del Hierro, vio el paso de los ejércitos romanos y que pudo servir de refugio al último rey de los godos, haciéndose eco, en cuanto a esta última apreciación, de la hipotética Batalla de Segoyuela de los Cornejos entre D. Rodrigo y Muza, que se hubiera librado al pie de estas montañas". 

El monte en que se emplaza el «Castillo Viejo», del cual recibe su nombre, es un relieve de perfil abombado, que culmina a los 1.379 m., dominando la abrupta ladera derecha del arroyo Quilamas, afluente del Alagón, por donde penetraba hacia el norte la calzada romana de Mérida a Astorga. 

Por debajo de aquella cota —entre 1.357 y los 1.258 m.— un muro, cuyo perímetro total alcanza 2.700 m., cierra una superficie aproximada de 25 hectáreas, dibujando una planta subtriangular con 1.113 m. de eje mayor, orientado de S.E. a N.O. El espacio protegido se compone de dos grandes unidades topográficas: la primera, una vaguada amplia al norte de la superficie dominante, la cual junto a otra plataforma, unos quince metros por debajo, forma la segunda. La topografía de la zona se caracteriza por la existencia de fuertes pendientes, que alcanzan el 30% en la vaguada y en todas las laderas del contorno. En ambos costados la muralla disminuye de cota a partir del vértice sur, primero lentamente, luego con mayor intensidad, adaptándose siempre al relieve natural y buscando la rotura de pendiente de las laderas, con la manifiesta intención de lograr una eficacia defensiva máxima. 

El perímetro amurallado incluye al menos tres buenas fuentes en su interior. La de mayor caudal es la del noroeste, hacia la cual baja la muralla salvando desniveles de cincuenta metros. En los ángulos sureste y oeste se abren sendas puertas, que distan 900 m. en línea recta, consistentes en una discontinuidad del muro de 3 y 3,5 m., sin que presenten otra estructura especial, como no sea el leve engrosamiento de aquel que parece observarse en la primera de ellas. Se trata respectivamente de las llamadas Puerta del Sol y Puerta del Castro, nombres que sólo en el primer caso hemos podido confirmar en el lugar. Próxima a la primera, unos setenta metros al sur, existe otra aparente abertura en el lienzo, difícil de interpretar sin la excavación correspondiente, ya que en principio parece tratarse de una alteración reciente originada al realizar un cortafuego. 

Otras dos pequeñas interrupciones del muro, muy próximas, se observan en el ángulo septentrional del recinto; quizá se trate de portillos, aunque al igual que en el caso anterior su interpretación es difícil. La muralla, en cuanto a su trazado, se caracteriza por presentar grandes tramos rectos, que si consideramos junto a su anchura uniforme ,en torno a 2,20 m., a tenor de las múltiples medidas efectuadas por todo su recorrido, inclinan a considerar que fue trazada a cordel, ajustándose a buscar el comienzo de la inclinación fuerte de las laderas y a la conveniencia de englobar la fuente baja. Su fábrica es de mampostería concertada. En los tramos mejor conservados se observa el esmero del aparejo, llegando a formar hiladas bastante regulares. Para asentarla se profundizó en el suelo hasta alcanzar el sustrato firme, disponiéndose en primer lugar los bloques mayores, frecuentemente de granito. 

No se han detectado estructuras defensivas claras asociadas al muro. Unicamente, treinta metros al sur de la «Puerta del Sol» y también hacia la mitad del lienzo que baja a la fuente principal desde el extremo más septentrional, se observa la existencia de dos posibles bastiones, si bien interiores en ambos casos, constituidos por un posible muro semicircular adosado al principal, aunque sin llegar a trabarse con él, de siete por cuatro y diez por siete metros respectivamente, cuya verdadera identidad no puede determinarse sin una excavación adecuada. Como antes se ha indicado, el empleo de lajas verticales no caracteriza todo el recorrido, sino que se reduce a un corto tramo de muralla. 

Para comprender mejor su naturaleza creemos que debe tenerse en cuenta la existencia cerca del extremo septentrional de otro muro con 54 m. de longitud y 0,7 m. de anchura, que parte del paramento interno de la muralla y se dirige hacia la inflexión que la misma forma en las proximidades de una casa y corral modernos, construidos con piedra sacada de la muralla, desmantelada por esa causa en las inmediaciones. Precisamente entre el arranque del muro secundario y el recodo inmediato a la casa moderna se empleó este recurso de clavar lajas a intervalos de uno a dos metros y medio, bien en el paramento interno, en el externo, en ambos o sólo en la zona interior, para contener el mampuesto. No parece improbable que este diferenciado sector corresponda a una ampliación de la muralla, motivada por la búsqueda del inicio de la rotura de pendiente, siendo el muro ortogonal aludido resto del primitivo trazado que no resultaba idóneo. 

Bajo esta hipótesis, creemos razonable considerar la posibilidad de que el recinto fortificado de Valero pueda corresponder a alguno de los momentos de inestabilidad militar que conoce la región entre los siglos VIII y comienzos del XII. La sugestiva posibilidad de encontrarnos ante un núcleo de resistencia visigoda a la invasión árabe, carece por ahora de elementos concretos en que sustentarse. La consideración de algunas fuentes árabes condujo a los historiadores del siglo pasado a suponer la existencia de un foco de resistencia visigoda en la Sierra de Francia, que hubiera sido aplastado por Muza después de la toma de Mérida en el 713; pero esta interpretación ha sido desestimada por la crítica histórica reciente, al no considerar fiables los textos de referencia. 

Si ningún elemento material permite llevar con seguridad a estas fechas la fortificación que nos ocupa, debe atenderse no obstante a la existencia de frecuentes hallazgos de época visigoda en diversos lugares de la Sierra de Francia, que implican una indudable ocupación del territorio al menos hasta el siglo VIL Posteriormente, entre los siglos VIII y XII, los movimientos de tropas en determinados momentos y la naturaleza de frontera de la zona en otros, proporcionan nuevas claves que podrían explicar la existencia de nuestra fortificación. 

Estas circunstancias pudieran darse ya en el reinado de Alfonso I, quien poco después del 750 sobrepasaba por occidente el Sistema Central. Posteriormente hay que señalar el establecimiento y fortificación de Coria por Ordoño I hacia el 860 y las expediciones de Alfonso III en las décadas siguientes en apoyo de los muladies rebeldes en Mérida y otras plazas extremeñas, para las que debieron utilizarse frecuentemente los pasos estratégicos inmediatos. Finalmente tras la batalla de Simancas (939), durante el reinado de Ramiro II, las comarcas próximas al Sistema Central constituyen uno de los ámbitos frecuentes de confrontación entre musulmanes y cristianos, situación que persistió hasta las repoblaciones efectuadas en tiempos de Alfonso VI, desde fines del XII, que suponen el comienzo de la definitiva normalización de la vida en la zona. 

Entre los primeros intentos de implantación bajo Ramiro II y la estabilización que se alcanza con Alfonso VI, es posible suponer la presencia de cierto número de pobladores, difícil de evaluar, preferentemente dedicados a la ganadería, dadas las adecuadas condiciones para ello de la región. Algunos autores admiten que en puntos estratégicos se erigieron en estos momentos fortalezas suficientemente amplias como para poder acoger en caso de peligro a los habitantes de un extenso territorio y sus rebaños. Se trata de los recintos con muralla de piedra, sin edificaciones importantes en el interior, conocidos desde la Alta Edad Media en otros territorios "y a cuyo modelo se adecúa bien el «Castillo Viejo» de Valero. 

Fuente: M. Santonja, J. Cerrillo, et alli.

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