jueves, 19 de marzo de 2020

Castillo de Puente del Congosto (Salamanca)


El Castillo o Alcázar de Puente del Congosto está emplazado en el municipio del mismo nombre, al margen izquierdo del río Tormes y defendiendo el paso por el puente fortificado medieval de este nombre, en la provincia de Salamanca (Castilla-León). 

Estas tierras ya estuvieron habitadas desde tiempos prehistóricos, especialmente el cercano cerro del Berrueco, imponente promontorio granítico que dio cobijo a infinidad de poblaciones primitivas, desde el paleolítico superior hasta la romanización, razón por la que es considerado la más importante estación arqueológica de la provincia salmantina. El nacimiento de la aldea de Puente del Congosto se remonta a los últimos años del siglo XI, una vez reconquistada definitivamente la ciudad de Ávila a los sarracenos. 

Estas tierras se integraron desde un primer momento en el alfoz o espacio territorial abulense, y fue el noble francés Raimundo de Borgoña el encargado de su repoblación con gentes venidas del norte de Castilla. Por entonces se construiría algún baluarte o torre defensiva que diese cobijo a los lugareños ante situaciones de peligro. En 1442, el monarca trastámara Juan II decide recompensar al caballero abulense Gil González Dávila por los muchos y buenos servicios prestados a la corona, y es por ello que segrega a Puente del Congosto de la jurisdicción de Ávila, la eleva a la categoría de villa, y luego se la cede en señorío junto a la contigua aldea de Cespedosa. Fue Gil González quien inició la construcción de la actual fortaleza, siendo acabada por su viuda, doña Aldonza de Guzmán, hija de Luis González de Guzmán, maestre de la poderosa orden religiosa y militar de Calatrava. 

A la muerte de ésta, en 1479, se producen agrias disputas entre dos de sus hijos, Juan Dávila y Luis de Guzmán, por apropiarse de la herencia, especialmente del señorío congosteño, codiciado por las sustanciosas rentas que generaba. Los Reyes Católicos se ven obligados a intervenir, y finalmente determinan que Juan Dávila se quede con Cespedosa, pasando la villa y fortaleza del Congosto a manos de Luis de Guzmán, comendador de la orden militar de Calatrava. Éste murió en 1495 sin sucesión, por lo que todos sus bienes, incluido el señorío de esta villa con su fortaleza, se integraron en el patrimonio de la mencionada orden, de la cual, pocos años antes, los Reyes Católicos habían logrado obtener su administración vitalicia. 

En nombre de los monarcas quedó como gobernador de la villa el caballero calatravo Pedro de Torres, a quien le tocó defender la fortaleza de las embestidas de los comuneros de Castilla. En 1518 pasó a detentar la tenencia del estado señorial su hijo, Antonio de Torres. En 1539, el emperador Carlos V desmembró de la orden de Calatrava la villa del Congosto, y la enajenó a favor de Fernando Álvarez de Toledo, el Gran Duque de Alba, con el fin de allegar fondos para costear sus costosas campañas bélicas contra los otomanos. 

Al igual que hasta entonces hicieran los reyes, los sucesivos duques de Alba nombraron gobernadores para administrar el señorío congosteño, los cuales residieron en el castillo hasta que en el siglo XVII las deficientes condiciones de habitabilidad del edificio, así como la conveniencia de centralizar la gestión económica de las vastas posesiones patrimoniales del ducado, propiciaron que la administración de nuestro señorío se llevase a cabo desde Alba de Tormes, epicentro de la casa ducal, quedando desde entonces deshabitada la fortificación. Los mayores destrozos los sufrió el castillo entre los años 1809 y 1813, durante la guerra de la Independencia, cuando el recinto albergó a un destacamento de tropas francesas denominado «Royal Extranjero», encuadrado en la división del general napoleónico Leopoldo José Sigiberto Hugo, padre del célebre escritor Víctor Hugo. 

Por aquel entonces fueron suprimidos en nuestro país, por las cortes liberales de Cádiz, los señoríos de todo tipo, aunque la casa ducal de Alba siguió conservando en propiedad, en nuestro pueblo, numerosas fincas rústicas, que poco a poco iría enajenando, así como el castillo y el derecho señorial del pontazgo, exacción económica por el paso de personas, mercancías y ganado a través del puente medieval. 

El cobro del pontazgo era arrendado anualmente mediante subasta a quien más pujase por él, hasta que quedó definitivamente extinguido en 1881, año en que entró en servicio el puente nuevo sobre el río Tormes. Fue entonces cuando la casa de Alba perdió todo interés por la posesión del castillo, que fue vendido por el XIV duque, don Carlos María Isabel Stuart y Portocarrero, al último pontazguero, Miguel Blázquez Martín, natural y vecino del pueblo. A la muerte de éste el inmueble fue heredado a partes  iguales por sus dos hijas, una de las cuales y los herederos de la otra lo vendieron en 1980 a sus actuales propietarios, quienes vienen llevado a cabo en él, desde entonces, una importante labor de restauración gracias a lo cual presenta en la actualidad un excelente estado de conservación. 

El castillo fue construido a mediados del siglo XV, durante el reinado de los monarcas trastámara Juan II y Enrique IV. Guarda muchas similitudes arquitectónicas con otras edificaciones castrenses coetáneas de la provincia de Ávila. Para mejor entender su estructura, hemos de señalar que su finalidad en el momento de su construcción fue básicamente defensiva, de modo que a diferencia de otros castillos-palacios, de uso básicamente residencial, que ya por entonces comenzaban a construirse en Castilla, el nuestro es todavía un auténtico castillo-fortaleza cuyo objeto fundamental era salvaguardar las posesiones señoriales de su propietario, así como controlar el estratégico paso por el puente sobre el río Tormes. 

Su planta, perfilada por la muralla perimetral, tiene forma de hexágono irregular. Puede recorrerse, en su parte alta, en su práctica totalidad, por un adarve o camino de ronda. Un grueso muro separa el patio de armas del resto de la fortificación, formada básicamente por un gran torreón o alcázar de planta rectangular, al cual se adosa otro de igual altura en forma de D, construido años más tarde que aquél. El acceso a la planta baja del alcázar se efectúa desde otro patio enlanchado, bajo el cual existe un magnífico aljibe o depósito de agua subterráneo en perfecto estado de conservación 

El alcázar se divide en cuatro pisos. El más bajo fue en su día almacén de víveres. El siguiente piso, al que se accede desde el patio del aljibe, es una espaciosa nave diáfana, con un imponente techo de bóveda de ladrillo, que originariamente haría las veces de cuerpo de guardia o salón de recepción para visitantes de relevancia. De una de las esquinas de este piso arranca una magnífica escalera de caracol de 90 peldaños, toda ella construida en granito, por la cual se sube a los restantes pisos, hasta llegar a la azotea. El piso tercero fue en su día la vivienda principal del señor. 

Se abren en el muro este de esta dependencia dos balcones con sus poyos y preciosas ventanas de granito ajimezadas, sin duda las más artísticas y emblemáticas del castillo. Esta tercera planta se comunica con dos dormitorios redondos. La cuarta planta del alcázar es completamente diáfana. Su techo lo forma otra enorme bóveda de cañón de ladrillos, similar a la de la primera planta. Tres amplios ventanales se abren en sendos muros de esta estancia, aportando gran luminosidad a la misma. 

Finalmente, desemboca la escalera de caracol en la azotea de la fortificación, formada por dos amplias terrazas, desde las que se divisa una amplia panorámica tanto del pueblo como de las extensas estribaciones y cumbres de las sierras de Gredos y Béjar. Desde la azotea del alcázar puede descenderse a otras dos habitaciones redondas de la torre en forma de D, actualmente sin uso definido, que en si día sirvieron de calabozo o presidio, como así atestiguan los archivos históricos.

Fuente: Castillos del Olvido

Galería:








No hay comentarios:

Publicar un comentario