Las Murallas de Burgos son una cerca militar que rodea parte del casco histórico de la ciudad de Burgos, capital provincial de la Comunidad de Castilla-León.
Su
estructura actual remonta a la Baja Edad Media. Desde el siglo XVIII
se comenzó a derribar progresivamente en ciertos puntos, pero se han
conservado varios tramos y puertas importantes, así como algunas
torres y lienzos aislados. El desarrollo de la muralla es
consustancial al de la propia ciudad de Burgos. Se puede dividir su
evolución en varios momentos: las primeras cercas entre el siglo X y
XIII, la construcción de la muralla actual entre los siglos XIII y
XIV y su posterior evolución en los siglos sucesivos.
Tras
la fundación de Burgos en el año 884 debió de construirse ya en el
siglo X un muro para proteger el castillo y el primitivo núcleo de
población que se formó en la parte superior y en las laderas altas
del cerro san Miguel. A finales del siglo XI el auge comercial y la
inmigración impulsaron el crecimiento de la ciudad, cuyo caserío se
fue desplazando progresivamente hacia el llano, con el resultado de
que los barrios altos de las laderas del castillo comenzaron a
despoblarse. Por ello a fines del siglo XI o en el siglo XII se hizo
una cerca con estructura rectilínea que iría por lo menos desde la
puerta de San Martín a la de Santa María.
La
muralla actual fue construida esencialmente entre el siglo XIII y XIV
bajo impulso del Concejo burgalés. Prueba de ello da un documento de
1276 en el que Alfonso X agradeció a la ciudad el comienzo de estos
trabajos: «...Sepades que me dijeron que comenzades en vos
carcajear e en vos cercar muy bien de murallas, Ansi como vos Yo
envié mandar, e avrides muy grand favor de fortalecer vuestra villa.
E esto vos gradesco Yo mucho e téngame de vos por servicio en
Ello...». Este documento ejemplifica la preocupación de los
reyes castellanos, que veían cómo una de las principales ciudades
del reino se hallaba mal defendida desde finales del siglo XII,
encontrándose buena parte de su caserío desprotegido, especialmente
en la zona de la Puebla y de los mercados.
El
trazado elegido por el Concejo abarcó la mayor parte de la
superficie urbanizada del Burgos bajomedieval, de manera que la
muralla iba a cumplir así no solamente una función militar sino
también comercial e impositiva. Fuera del recinto amurallado
quedaron los monasterios y conventos de San Pablo, las Trinitarias y
San Francisco; así como los barrios de San Felices, San Pedro de la
Fuente o el arrabal de Vega y de San Juan.
En
1313 se sabe que las obras continuaban en el sector entre el castillo
y las riberas de los ríos Pico, Vena y Arlanzón. La prolongación
de los trabajos abarcaría prácticamente el resto del siglo, estando
el recinto amurallado completamente terminado en los albores del
siglo XV. El coste de las obras fue sufragado por el Concejo, con
algunas aportaciones puntuales de reyes como Enrique III.
Sin
embargo al poco de terminarse, existían ya a finales del siglo XV
ciertos tramos en mal estado o cuya función militar quedaba
comprometida al haberse adosado a las murallas casas y palacios,
desde los cuales se había incluso abierto ventanas y puertas de
servidumbre en la propia muralla.
Esta
situación se agravaría durante el siglo XVI, tomándose en 1595 la
decisión de ordenar que se devolvieran a su estado original los
paños de muralla que habían sido dañados. A los destrozos de los
propios vecinos se había añadido los efectos de un terremoto en
1542 que dejó maltrechos algunos paños y el cubo de doña Lambra;
así como la inundación de 1582, que contribuyó al desmoronamiento
casi total de algunos lienzos.
El
recinto amurallado llegó pese a todo íntegro hasta comienzos del
siglo XVIII. El primer tramo donde la muralla fue derribada fue el
del actual Paseo del Espolón. Allí se levantó durante el siglo
XVIII el edificio del Consulado del Mar sobre el solar mismo de la
muralla y la Casa Consistorial edificada sobre la antigua puerta de
las Carretas.
La
muralla sufrió sin embargo en la zona del cerro del Castillo el
último cometido militar de su historia durante el asedio de las
tropas de Wellington a las tropas napoleónicas en 1812. En este
momento los tramos de la calle de las Murallas y de las Corazas
quedaron afectados y posteriormente cayeron en ruina, como ha
demostrado una reciente intervención arqueológica.
Las
destrucciones planificadas comenzaron a partir de 1831 y se centraron
en el sector que iba de la iglesia de San Gil hasta la antigua puerta
de San Pablo. La ciudad tendía entonces a abrirse hacia la ribera
del Arlanzón y hacia la vega del río Vena, por lo que las murallas
se veían como un impedimento urbanístico y fueron demolidas. Las
destrucciones se centraron también en el sector entre el arco de
Santa María y Barrantes, como ha quedado constancia en algunos
documentos municipales. Las demoliciones llegaron incluso hasta el
siglo XX, como sucedió por ejemplo con la puerta Margarita.
La
conservación de los sectores respetados por la expansión
urbanística del siglo XIX se debió más al hecho de que se
encontraran en zonas periféricas o en pendiente (caso del sector del
paseo de los Cubos y de la subida a la puerta de San Martín; o del
tramo de muralla que baja del Castillo hasta la puerta de San
Esteban).
Obviando
algunas reparaciones puntuales, se hubo de esperar hasta bien entrado
el siglo XX para que el Ayuntamiento ejecutase primero políticas
activas de conservación, y ya en el último tercio del siglo,
acciones de restauración y de puesta en valor. Durante los años
ochenta se restauró el tramo del paseo de los Cubos, después el
tramo de la puerta de San Esteban en el marco de la recuperación del
cerro del Castillo y finalmente ya en la primera década del siglo
XXI pequeños paños de muralla como el de la calle San Lesmes.
El
trazado de la muralla recorría las actuales calles de San Lesmes y
la ribera del Arlanzón siguiendo la calle Vitoria y el paseo del
Espolón hasta la calle Eduardo Martínez del Campo. A continuación
serpenteaba suavemente en el paseo de los Cubos para subir hacia el
arco de San Martín, para desde allí rodear el cerro del Castillo y
bajar de nuevo hacia el arco de San Esteban, el arco de San Gil y
prolongarse hasta enlazar con el punto de partida.
La
longitud total rondó originalmente los 3.500 metros, lo que supuso
una superficie intramuros de 45 hectáreas. El recinto fortificado
contaba con 93 torres y 12 puertas, el espesor era de entre ocho y
doce pies y la altura máxima alcanzó los 13 metros en los restos
que se han conservado.
Fuente: Castillos del Olvido
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