Las Murallas de Tabarca constituyen el cinturón defensivo de la pequeña población de la Isla de Tabarca, situada frente a la costa de Santa Pola, pero administrativamente perteneciente al término municipal de la ciudad de Alicante, capital provincial, en la Comunidad Valenciana.
La
popularmente conocida como Isla de Tabarca se trata en realidad de un
pequeño archipiélago situado frente a la costa de Santa Pola de la
que dista tres millas naúticas, y conformado por una serie de
pequeños islotes y escollos, que administrativamente pertenece a la
ciudad de Alicante. Los antiguos navegantes ya la bautizaron como
“Planesia”, nombre griego referido a la peligrosidad de sus
aguas para la navegación, por lo que también es conocida como Ia
Isla Plana.
Será
bajo el control romano cuando la ínsula pasaría a llamarse
“Planaria”, que si coincide con esa planicie que caracteriza su
superficie emergida (Pérez Burgos, 2012) siendo aconsejable que la
navegación se realice en el canal entre el Cabo de Santa Pola y la
isla, llamado el freu de Tabarca, que ofrece mayor seguridad ante los
vientos (Lajara Martínez; Azuar Ruiz, 2012).
El
interés en defender la isla responde a un problema de enorme
trascendencia para la consolidación de las rutas comerciales de
rango local, ya que desde la isla se podía asaltar las naves que
pasaban, obtener el botín y después salir a mar abierto sin
problemas. Los episodios de piratería relacionados con la isla son
muy elevados y los avistamientos realizados por las atalayas costeras
en época medieval y moderna son tan numerosas que se ha calificado a
esta zona como uno de los puntos calientes de la actividad corsaria
en el Reino de Valencia durante el siglo XIV y, sobre todo,en el
siglo XV y posteriores. Corsarios reconocidos de la época como
Dammat, también utilizaron la isla como centro de operaciones para
sus ataques (Hinojosa Montalvo, 2004).
Sin
embargo, no será hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando se
mire de nuevo a este islote para convertirlo en la sede de un
asentamiento poblado por los colonos genoveses que explotaban el
coral de la isla tunecina de Tabarka y que fueron apresados por el
Bey de Túnez el 18 de Julio de 1.741 cuando se encontraban bajo
pabellón español desde que se produjo la toma de Túnez por parte
de Carlos I de España y V de Alemania, en el año 1.541. Los
denodados intentos del agustino Fray Juan Bautista Riverola, párroco
de los tabarkinos, para que la Corona Española acudiera al rescate
de los prisioneros, chocó en primera instancia con la postura
oficial mantenida por el Marqués de la Ensenada, más preocupado por
reforzar las fuerzas navales peninsulares que en mandar expediciones
de represalia.
Pero
el rey Carlos III encontró en esta situación un doble beneficio.
Por un lado, recuperaba a los cautivos, lanzando el mensaje de que
ningún habitante bajo el emblema de la Corona Española iba a quedar
desamparado frente a la barbarie de los piratas, y por otro, acababa
de una vez con el secular problema de la defensa de la isla de
Planesia, dotándola de una población fija y una guarnición militar
que la defendiese. La planificación de esta estrategia correrá a
cargo del Conde de Aranda quien, a partir del año 1.767, comienza
las labores de rescate de 300 tabarkinos prisioneros en las cárceles
del Bey de Túnez, que acaban llegando a Alicante en septiembre de
1.768 y en marzo de 1.769, dándoles Guillermo Baillencourt como
Gobernador de Alicante, el alta como súbditos de la corona, en lo
que se llamó la Matrícula de los Tabarquinos (Martinez Morella,
1970).
Con
los pobladores esperando su traslado a la isla, ya rebautizada como
Nueva Tabarca, comenzó entonces un ambicioso proyecto de
urbanización de buena parte de la isla a cargo del ingeniero
Fernando Méndez de Ras a quien el Conde de Aranda encarga los
pormenores de la obra de alojamiento de los colonos en el año 1.769.
Méndez de Ras diseña una ciudad en la que sublimar sus
frustraciones, como dijo en uno de sus escritos, viéndose a si mismo
como un Constantino el Grande y crear una nueva Roma, un lugar que se
convirtiera en la “...llave inexpugnable de los puertos de Santa
Pola y Alicante...”, de ahí que pusiera la primera piedra en el
ángulo izquierdo de lo que sería la muralla de Levante y el 20 de
enero de 1.774 acabara las obras (Giménez Lopez, 2012). El ingeniero
diseña una ciudad de carácter militar, totalmente cerrada rodeada
de murallas y dotada de nueve baluartes y una ciudadela, con una
planta hipodámica y una plaza de armas central que organiza un
callejero en paralelo con dos viales de fuerte tradición
renacentista (Beviá García, Giner Martínez, 2012).
La
muralla está construida con fábrica de mampostería con aparejo de
argamasa de cal y adobamiento exterior en sillería de piedra caliza
concertada, provenientes de las canteras situadas al oeste de la
isla. La única concesión decorativa del conjunto se sitúa en el
extradós hacia el mar, con la disposición de un cordón abocelado a
la altura del arranque del antepecho para evitar el anclaje y zapa
desde el exterior. Como elemento defensivo común en la época, todos
los antepechos se acaban en un parapeto abocelado a la barbeta, lo
que permitía una mayor absorción de los impactos de la pelotería
artillera. También presenta como elementos comunes las escaraguaitas
esquineras emplazadas sobre las tradicionales bases de lámpara o
“cul de lamp”, teniendo además buena parte del perímetro un
foso, cuya presencia se detectó en unas excavaciones entre 1.993 y
1.994 dirigidas por el arqueólogo José Manuel Pérez Burgos. Entre
otros detalles se obtuvo la altura total de la muralla en este punto
que alcanzaba los 6,80 metros.
Los
dos baluartes que se encuentran en la isla se encuentran en el frente
sur, dispuestos simétricamente con dos espolones que se adentran en
el mar, dado que este frente era desde donde un ataque marino era más
probable debido a que dan a mar abierto. Los baluartes responden a
soluciones propias del siglo XVIII, construidos a base de grandes
tenazas con bonetes dobles. Están construidos con fábrica de
mampostería y aparejados con argamasa de cal y camisa exterior de
sillería concertada de piedra arenisca. En el extremo occidental se
encuentra el Revellín del Gran Infante, obra que actúa como
protección avanzada, de planta triangular con foso (Pérez Burgos,
2002). Se accede al interior del recinto por tres puertas de acceso
coronadas con el escudo borbónico de Carlos III. Dos de ellas, San
Gabriel y San Rafael se encontraban enfrentadas por el vial
longitudinal que atravesaba la ciudad, siendo ambas muy similares ,
con luz de paso de forma rectangular terminada en un arco rebajado y
enmarcada por pilastras lisas de capiteles toscanos sobre los que se
apoya un friso liso. Solo en la Puerta de San Gabriel, que da a las
canteras de areniscas se conserva la inscripción fundacional en la
que se puede leer: CAROLUS III HISPANARIARUM REX. FECIT EDIFICAVIT.
La
tercera puerta era la Puerta de San Miguel, que permitía el paso
hacia el puerto situado en una ensenada en la costa norte y está
delimitada por semicolumnas de orden compuesto con entablamento en
frontón curvilíneo (Beviá García, 1994). Dentro de la ciudadela y
enfrentado con la tercera puerta se encontraba un pequeño edificio
de planta rectangular dividido en tres habitáculos que se puede
identificar con el Cuerpo de Guardia y cerca de él se encuentra la
iglesia, de una sola nave, dividida en tres tramos y de planta
rectangular.
A
finales del siglo XVIII el proyecto de la colonia de Nueva Tabarca ya
está clausurado y finiquitado. Sin duda, Nueva Tabarca fue una
utopía, fundada sobre unos preceptos justificables, pero ejecutados
sobre unos cimientos de arena que acabaron por producir su derrumbe.
Hoy, la memoria histórica sigue viva por parte de aquellos veinte
pobladores que se negaron a abandonar la isla para marchar a la
ciudad de Alicante, y consiguieron adaptarse, aprender las artes de
la pesca , vivir de lo que existía a su alrededor, manteniendo sus
raíces y su historia, que les ha permitido exponerse como un recurso
turístico de primer orden para su propia economía y para el de su
comunidad. Sus murallas, sus puertas desgastadas por el salitre y el
viento, las artes de su pesca, sus apellidos, su música y su
importante reserva natural marina son hoy un importante reclamo que
les permite una cierta autosubsistencia. Ahora los ecos de un sueño,
de una utopía, se yerguen orgullosos sobre su delgada planicie.
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