El Castillo de Torregalindo se encuentra situado en la población del mismo nombre en la provincia de Burgos (Castilla-León).
En
los documentos de los primeros siglos medievales, esta localidad
aparece ya citada en ocasiones simplemente como “Torre”. Galindo
es un nombre típicamente navarro, lo que puede deberse al hecho de
que alguno de sus primeros señores procediera de aquellas tierras y
se asentara en este lugar en las décadas, las primeras del siglo XI,
en que Castilla se encontraba bajo la tutela del rey navarro Sancho
III el Mayor. Durante los siglos XIV y XV se vio sometida a un
continuo cambio de señores, hasta integrarse en el señorío de don
Beltrán de la Cueva.
Pocos
restos quedan de lo que fue un importante castillo. De planta
irregular, tiene forma elíptica, adaptada al cerro, de unos 60
metros de longitud por 16 de ancho. En uno de sus vértices tiene una
maciza torre del homenaje, de planta triangular, adosada
posteriormente al primitivo recinto, todo de material pobre a base de
tapial, guijarros y tosca mampostería, con muros de 1,60 metros de
espesor, y donde se conservan trozos de los lienzos de unos 13 metros
de lado. En la pared del Sur-Oeste se aprecian los restos de la
escalera que ascendía hasta las diversas plantas.
En
el otro extremo dispone de un cubo o torre albarrana de planta
circular, separada del cuerpo del recinto amurallado, reforzado con
troneras,. Su construcción se lleva a cabo en 1479 por don Beltrán
de la Cueva, que según los documentos del Archivo de su casa ducal
asigna 20.000 maravedís para esta obra y el resto de las
reparaciones. De la barrera exterior apenas quedan muy pocos restos,
como pervivencia de las obras anteriormente citadas.
Esta
fortaleza dispuso también de otro cerco de protección, quizá no
completo, formado por murallas de menor altura que formaban un camino
de ronda a los pies del recinto principal. En términos generales el
estado de conservación del recinto es muy deficiente, ya que ha
perdido la mayor parte de sus muros y los que aún conserva
prácticamente no cuentan con sus elementos de coronación o remate.
No obstante, aún conserva su impronta y su imponente imagen dentro
de un entorno, que no parece haberse modificado mucho en los últimos
diez siglos.
En
general los problemas estructurales que presenta son los ocasionados
por el abandono y la desprotección frente a los agentes agresivos
del medio. La pérdida de los remates de coronación de los muros y
la exposición permanente a las aguas pluviales genera la
disgregación de las fábricas de los rellenos y la consiguiente
pérdida de la capacidad mecánica y unidad de los elementos
resistentes. No se observan cedimientos del subsuelo ni la
cimentación; todos los daños están causados por las disgregaciones
ya comentadas.
Los
lienzos de orientación Norte y Sur que aún se conservan en pie,
están en muy malas condiciones, con pérdida de la hoja interna del
muro y la mayor parte del relleno, y precisan una intervención muy
urgente para evitar su ruina final. La hoja externa de los muros
también presenta muchas pérdidas. La torre del homenaje sólo
mantiene en pié uno de sus muros. La planta parece triangular, pero
no puede determinarse sin la necesaria excavación arqueológica.
Será necesario en cualquier caso asegurar la estabilidad de este
paño mediante el atado o arriostramiento del mismo.
La
torre albarrana aún conserva su bóveda, pero ya presenta
importantes deformaciones. En general, todo el conjunto ha perdido
parcialmente, debido a las importantes mutilaciones y pérdida de
elementos, lo que desde su construcción lo hizo meritorio de
interés: su carácter específico y unitario como elemento
arquitectónico, cultural, social e histórico.Es imprescindible por
tanto, devolverle, aunque sean mermadas, sus posibilidades de
expresión y de lectura arquitectónica e histórica.
Históricamente
constituye uno de elementos clave del proceso repoblador de la
Castilla condal, en los siglos X y XI, junto a la localidad de Haza.
Esta localidad aparece documentada con tal denominación en 1101.
Por su parte, López Mata indica que en 1157, en un documento del
monasterio de San Florencio, se indica que el mismo se encuentra
cercano a esta villa, “in rivo de Aza et est iuxta de Tor de
Galindo et de Montegho” de Serrezuela. Este lugar conoce a lo largo
de su dilatado y complejo proceso histórico numerosos cambios de
propiedad, formando parte de diferentes señoríos y encontrándose
en ocasiones en manos de la propia corona.
Los
autores que han abordado el estudio de esta fortificación plantean
para la misma un origen dentro del proceso de reconquista del valle
del Duero, que se produce a principios del siglo X, más
concretamente a partir del año 912, cuando los condes castellanos
–actuando como delegados de la monarquía asturiana- Gonzalo
Téllez, conde de Lantarón y Cerezo, ocupa Osma, el conde de
Castrojeriz, Munio Núñez, avanza hasta Roa, y Gonzalo Fernández,
conde de Burgos, ocupa la fortaleza de Haza. Cadiñanos afirma que
las antiguas atalayas corresponden a este siglo, siendo ampliadas
dichas construcciones en los siglos posteriores durante las luchas
nobiliarias, por lo que las reparaciones y ampliaciones debieron ser
constantes y prolongadas.
No
obstante, la peculiar planta ovalada del recinto, perfectamente
adaptada al perfil del cerro donde se asienta, nos ha llevado a tener
en cuenta lo expuesto en un reciente trabajo por el profesor Manuel
Riu, según el cual se puede llegar a proponer la aplicación de un
modelo musulmán en el diseño original de esta fortaleza, comparando
entre otras variables, el sistema administrativo del territorio, la
utilidad del castillo, la denominación toponímica y la estructura
de la fortaleza.
Fuente: Castillos del Olvido
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