miércoles, 11 de marzo de 2020

Castillo de Torregalindo (Burgos)


El Castillo de Torregalindo se encuentra situado en la población del mismo nombre en la provincia de Burgos (Castilla-León). 

En los documentos de los primeros siglos medievales, esta localidad aparece ya citada en ocasiones simplemente como “Torre”. Galindo es un nombre típicamente navarro, lo que puede deberse al hecho de que alguno de sus primeros señores procediera de aquellas tierras y se asentara en este lugar en las décadas, las primeras del siglo XI, en que Castilla se encontraba bajo la tutela del rey navarro Sancho III el Mayor. Durante los siglos XIV y XV se vio sometida a un continuo cambio de señores, hasta integrarse en el señorío de don Beltrán de la Cueva. 

Pocos restos quedan de lo que fue un importante castillo. De planta irregular, tiene forma elíptica, adaptada al cerro, de unos 60 metros de longitud por 16 de ancho. En uno de sus vértices tiene una maciza torre del homenaje, de planta triangular, adosada posteriormente al primitivo recinto, todo de material pobre a base de tapial, guijarros y tosca mampostería, con muros de 1,60 metros de espesor, y donde se conservan trozos de los lienzos de unos 13 metros de lado. En la pared del Sur-Oeste se aprecian los restos de la escalera que ascendía hasta las diversas plantas. 

En el otro extremo dispone de un cubo o torre albarrana de planta circular, separada del cuerpo del recinto amurallado, reforzado con troneras,. Su construcción se lleva a cabo en 1479 por don Beltrán de la Cueva, que según los documentos del Archivo de su casa ducal asigna 20.000 maravedís para esta obra y el resto de las reparaciones. De la barrera exterior apenas quedan muy pocos restos, como pervivencia de las obras anteriormente citadas. 

Esta fortaleza dispuso también de otro cerco de protección, quizá no completo, formado por murallas de menor altura que formaban un camino de ronda a los pies del recinto principal. En términos generales el estado de conservación del recinto es muy deficiente, ya que ha perdido la mayor parte de sus muros y los que aún conserva prácticamente no cuentan con sus elementos de coronación o remate. No obstante, aún conserva su impronta y su imponente imagen dentro de un entorno, que no parece haberse modificado mucho en los últimos diez siglos. 

En general los problemas estructurales que presenta son los ocasionados por el abandono y la desprotección frente a los agentes agresivos del medio. La pérdida de los remates de coronación de los muros y la exposición permanente a las aguas pluviales genera la disgregación de las fábricas de los rellenos y la consiguiente pérdida de la capacidad mecánica y unidad de los elementos resistentes. No se observan cedimientos del subsuelo ni la cimentación; todos los daños están causados por las disgregaciones ya comentadas. 

Los lienzos de orientación Norte y Sur que aún se conservan en pie, están en muy malas condiciones, con pérdida de la hoja interna del muro y la mayor parte del relleno, y precisan una intervención muy urgente para evitar su ruina final. La hoja externa de los muros también presenta muchas pérdidas. La torre del homenaje sólo mantiene en pié uno de sus muros. La planta parece triangular, pero no puede determinarse sin la necesaria excavación arqueológica. Será necesario en cualquier caso asegurar la estabilidad de este paño mediante el atado o arriostramiento del mismo. 

La torre albarrana aún conserva su bóveda, pero ya presenta importantes deformaciones. En general, todo el conjunto ha perdido parcialmente, debido a las importantes mutilaciones y pérdida de elementos, lo que desde su construcción lo hizo meritorio de interés: su carácter específico y unitario como elemento arquitectónico, cultural, social e histórico.Es imprescindible por tanto, devolverle, aunque sean mermadas, sus posibilidades de expresión y de lectura arquitectónica e histórica. 

Históricamente constituye uno de elementos clave del proceso repoblador de la Castilla condal, en los siglos X y XI, junto a la localidad de Haza. Esta localidad aparece documentada con tal denominación en 1101. Por su parte, López Mata indica que en 1157, en un documento del monasterio de San Florencio, se indica que el mismo se encuentra cercano a esta villa, “in rivo de Aza et est iuxta de Tor de Galindo et de Montegho” de Serrezuela. Este lugar conoce a lo largo de su dilatado y complejo proceso histórico numerosos cambios de propiedad, formando parte de diferentes señoríos y encontrándose en ocasiones en manos de la propia corona. 

Los autores que han abordado el estudio de esta fortificación plantean para la misma un origen dentro del proceso de reconquista del valle del Duero, que se produce a principios del siglo X, más concretamente a partir del año 912, cuando los condes castellanos –actuando como delegados de la monarquía asturiana- Gonzalo Téllez, conde de Lantarón y Cerezo, ocupa Osma, el conde de Castrojeriz, Munio Núñez, avanza hasta Roa, y Gonzalo Fernández, conde de Burgos, ocupa la fortaleza de Haza. Cadiñanos afirma que las antiguas atalayas corresponden a este siglo, siendo ampliadas dichas construcciones en los siglos posteriores durante las luchas nobiliarias, por lo que las reparaciones y ampliaciones debieron ser constantes y prolongadas. 

No obstante, la peculiar planta ovalada del recinto, perfectamente adaptada al perfil del cerro donde se asienta, nos ha llevado a tener en cuenta lo expuesto en un reciente trabajo por el profesor Manuel Riu, según el cual se puede llegar a proponer la aplicación de un modelo musulmán en el diseño original de esta fortaleza, comparando entre otras variables, el sistema administrativo del territorio, la utilidad del castillo, la denominación toponímica y la estructura de la fortaleza. 

Fuente: Castillos del Olvido

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