jueves, 18 de junio de 2020

Casa-Torre de Aranguren (Orozco, Vizcaya)


La Casa-Torre de Aranguren se leventa al borde al camino que une la localidad de Zubiaur, el núcleo principal de la población de Orozco, con el Barrio de Ibarra y otros lugares de este valle, en la provincia de Vizcaya (País Vasco). 

A pesar de su discreto tamaño es un edificio llamativo: sus arcos apuntados, sus ventanas conopiales, su decoración lo destacan sobre las construcciones del entorno. Pero su vistosa apariencia contrasta con una oscura biografía. Nada sabemos sobre sus orígenes, salvo que estuvo vinculada al linaje de Olarte. Esta familia, fiel servidora de los señores de Ayala -valle alavés al que estuvo vinculado Orozko hasta el siglo XVIII-, poseía un solar en Aranguren ya en 1385, pero la construcción de la casa actual debió esperar hasta los primeros años del siglo XVI, a caballo entre el mundo gótico y el del Renacimiento. Ya en el XVII pasó a manos de los Rotaetxe, quienes debieron hacer importantes reformas. Poco más podemos decir sobre la historia de uno de los edificios más singulares de Vizcaya. 

Empecemos indicando que Aranguren no es, pese a su nombre, una torre fuerte banderiza. No es la casa de un guerrero, sino la de un hidalgo acomodado, quizás un segundón de los Olarte. Aranguren es, en realidad, un palacete rural de clara vocación residencial: volumen achatado, vanos abundantes, decoración profusa, etc. La casa se asienta sobre una planta cuadrada, y sus muros se aparejan en mampostería reforzada con sillería en las esquinas y en el contorno de los vanos. Estos se distribuyen por las fachadas sin mucho orden: puertas y ventanas se abren sin buscar una organización o equilibrio, sino allí donde son necesarias, como corresponde a un edificio aún esencialmente gótico. 

Pero al mismo tiempo en Aranguren empieza a dejarse notar la influencia del Renacimiento, apreciable en el interés que se puso en destacar la fachada principal. Abierta hacia el camino, en ella se concentran los elementos más llamativos del edificio. Allí, en el piso bajo, hay un amplio portal en arco apuntado. Su rosca está recorrida por un cordoncillo tenuemente tallado, y en la clave luce un rudimentario escudo de los Olarte: dos lobos pasantes ante un árbol y dos estrellas. Pero es el primer piso el verdaderamente importante. Se llega a él a través de un patín o escalera de piedra. Su entrada es un nuevo arco apuntado, más pequeño que el del bajo. 

Y a sus lados se abren sendas ventanas conopiales. Una es sencilla, con alféizar moldurado y la rosca deprimida. Pero la otra es más aparatosa. También su alféizar es moldurado, pero además se decora con bolas y un sogueado al frente. En su rosca nuevos cordoncillos acogen un torpe pero delicioso relieve de la Piedad. 

En realidad estos vanos forman lo que podemos considerar una galería de ventanas orientadas hacia la solana y hacia el camino. Los dueños de la casa buscaban más luz, y con ello más calidad de vida. Pero también querían que los caminantes pudieran ver su magnífica casa, signo externo de su riqueza y condición social. Comodidad, sí, pero también ostentación. 

Aún hay otros dos conopios sencillos en las caras zaguera e izquierda, en el piso residencial. Pero el resto de los vanos son de menor interés: huecos adintelados que en buena parte han sido reformados en diversos momentos de la vida del edificio. Su interior se halla muy transformado, pero podemos suponer que en el piso residencial un salón ocuparía la mitad delantera, asomándose a través de las ventanas que hemos descrito más arriba; y en la mitad trasera, la más resguardada, estarían la cocina y algunas alcobas. Los tabiques serían de tabla o de verganazo -trenzado de ramas de avellano enlucido con barro o yeso-. Y todo ello se cubriría con un tejado a cuatro aguas. Así sería la torre de Aranguren construida poco después del año 1500. Y no parece que conociera grandes transformaciones hasta que en el siglo XVII sus nuevos propietarios, los Rotaetxe, le dieran su aspecto actual. 

Externamente el cambio fundamental fue el recrecimiento del edificio con un granero formado por una retícula de pilarcillos y puentes, y cerrado en la fachada delantera con ladrillo macizo, material caro y casi lujoso, mientras las otras caras se cegaban con simple tabla. Esta ganbara se asoma en voladizo sobre las paredes de la casa, ligeramente en los lados y mucho más airosamente en la trasera y, especialmente, en la delantera, donde necesita del apoyo de unos jabalcones. 

El interior parece haberse modificado por completo. En el piso primero se debió de aumentar el número de habitaciones, y se levantaron tabiques de ladrillo macizo. En el bajo -la cuadra- fue necesario aumentar también el número de pies derechos, ya que ahora el peso a sustentar era mucho mayor que en la etapa anterior. 

Pese a que con esta intervención Aranguren perdió parte de su carácter palaciego, la calidad de sus detalles formales y la atractiva sencillez de sus motivos decorativos hacen de esta torre uno de los elementos más singulares y vistosos de ese período que se ha dado en llamar el otoño de la Edad Media. 

Fuente: Castillos del Olvido

Galería:






No hay comentarios:

Publicar un comentario