El Castillo de Santa Catalina es una fortificación de origen árabe y emblema por excelencia de la ciudad de Jaén, capital provincial de la Comunidad de Andalucía.
El
castillo se levanta sobre el perímetro romboide de un cerro de gran
altura, al oeste de la ciudad de Jaén, y constituye uno de los
emblemas más significativos de la ciudad tanto por su importancia en
el nacimiento e historia de la ciudad, por la configuración de su
urbanismo como por la regularidad, armonía y belleza de su tipología
arquitectónica. Desde su privilegiado emplazamiento se pueden
contemplar unas vistas únicas de gran parte de la provincia, de la
ciudad de Jaén y, especialmente, de su catedral.
Los
primeros asentamientos bien documentados se remontan al mundo
ibérico, en torno al siglo IV a.C., localizados en la ladera
septentrional y corresponden a un oppidum hecho con muros ciclópeos.
La ciudad de Jaén, a mediados del siglo IX, siendo emir de Córdoba,
Abd al-Rahman II, se configuró como núcleo urbano y capital de la
kura tomando el nombre de Yayyan, el de la provincia. Fue a partir de
entonces cuando se fortificó y encastilló, se edificó la mezquita
de la Magdalena y se configuró el urbanismo de ese primer barrio
árabe.
Las
murallas que protegían, estructuraban y cerraban la ciudad de Jaén
se trazaron en los siglos IX y X, en época emiral y califal, y se
reforzaron, primero por los almorávides y después, por los
almohades que, en la segunda mitad del siglo XII y primeras décadas
del siglo XIII, dominaron Jaén en un momento en que se intensificaba
el acoso de las huestes cristianas sobre el territorio del alto
Guadalquivir y se abrían nuevas expectativas con la victoria
cristiana en Las Navas de Tolosa, en 1212.
En
los años 1151 y 1152, Alfonso VII cercó Jaén, sin embargo no pudo
rendir la ciudad, que no fue ganada hasta que Fernando III, que puso
especial tenacidad en la conquista del alto Guadalquivir, después de
tres cercos y asedios a la ciudad, en 1225, 1230 y 1246, consiguió
que el rey Alhamar de Granada entregara la ciudad mediante pacto en
el que se declaraba vasallo de Castilla. Ocupada la ciudad Fernando
III dispuso reparar las fortificaciones y declaró a Jaén capital
administrativa y religiosa del alto Guadalquivir. La ciudad se lo
reconocería esculpiendo siglos más tarde su imagen en la fachada de
la Catedral, entre los cuatro evangelistas.
En
la época de su entrega a Castilla, Jaén presentaba el aspecto de
los grandes núcleos urbanos musulmanes, una extensa alcazaba, que
ocupaba la cima alargada del cerro del castillo, descendía, por el
sur, un cinturón de murallas que rodeaba la ciudad y volvía a
unirse a la alcazaba por el noroeste. En el extremo sur de la vieja
alcazaba, sobre los grandes sillares y los taludes escalonados del
viejo castillo califal, los cristianos construyeron un airoso
castillo de sillería, el llamada de Santa Catalina o Alcázar Nuevo.
Pasaría
medio siglo antes de que Jaén volviera a sufrir los avatares de un
cerco, cuando el rey de Granada intentó tomarla en 1295 o en 1299
cuando Mohammad II de Granada causó estragos en los arrabales de
Jaén. En 1368 los musulmanes consiguieron tomar la ciudad, pero el
alcázar resistió. Finalmente, el último asedio musulmán ocurrió
en 1407. A partir de entonces, Jaén sólo padeció los cercos y
contiendas propios de las guerras civiles castellanas, en 1445
atacada por partidarios del príncipe don Enrique rebelados contra el
rey, en 1463 y en 1465.
Terminada
la conquista de Granada y expulsados los musulmanes, la ciudad, a
partir de los siglos XVI y XVII, inició un crecimiento que dio
lugar, en unos casos, a la destrucción de las murallas, puertas y
torres. En el primer cuarto del siglo XIX las tropas napoleónicas
convierten el recinto fortificado en un gran acuartelamiento e
instalaron alojamientos para la tropa regular, caballerizas,
calabozos, oficinas, polvorines y, hasta incluso, un hospital con
cincuenta camas. Tras la derrota en la batalla de Bailén, y antes de
abandonar definitivamente la plaza, bombardearon el interior,
lo que la hizo entrar en una fase de abandono y deterioro. El 31 de
Junio de 1931 fue declarada Monumento Histórico Artístico.
El
castillo abarca tres estructuras diferenciadas: el castillo Nuevo o
castillo de Santa Catalina, el castillo Viejo y el castillo-palacio
de Abrehuí, los dos últimos desaparecido casi en su totalidad.
Corresponden a tres periodos de fortificación, con funciones
específicas aunque complementarias y con distinta suerte en cuanto a
su conservación y pervivencia tanto en la Edad Moderna como en la
Contemporánea.
El
actual castillo de Santa Catalina, fue levantado en el extremo este
del cerro, durante el reinado de Fernando III, su conquistador, y el
de su hijo y sucesor, Alfonso X el Sabio, con la misión de controlar
la ciudad y los caminos de acceso a ella.
Su
forma es la de un triángulo alargado y está construido con
mampostería menuda, sillarejo en los ángulos y ladrillo en las
dovelas de los arcos. En torno al patio de armas, se disponen cinco
torres unidas por barbacanas almenadas que defienden el flanco norte,
de más fácil acceso, mientras que en el flanco sur, más escarpado,
sólo dispone de muralla con almenas y saeteras uniendo las dos
torres extremas, en la que sólo hay un breve saledizo, la llamada
torre de las Troneras, que alberga una letrina y una poterna en un
quiebro del muro.
Su
elemento más significativo es la impresionante Torre del Homenaje,
levantada en el siglo XIII en lo más alto de la alcazaba. De planta
cuadrada y con una altura superior a treinta metros, consta de dos
plantas iluminadas por pequeñas troneras y cubiertas por bóvedas de
aristas cruzadas con arcos muy apuntados ojivales, está dotada de
recios muros, coronada por almenas y rematadas por matacanes
protectores. La entrada de la torre está en el centro del lienzo que
da al patio de armas, a unos tres metros, mientras que la culmina una
terraza a la que se asciende por una estrecha escalera empotrada.
Junto
a la Torre del Homenaje y unida a ella por una barbacana almenada hay
otra torre de estructura rectangular en cuyo interior encontramos un
salón cubierto por bóveda de cañón, iluminado por ventanas
ojivales con ajimez, la llamada torre de las Damas, que domina la
entrada al castillo.
Existen
dos torre albarranas, de planta cuadrada y cubiertas con bóveda
apuntada, una de ellas acoge la capilla de Santa Catalina y
finalmente la torre de la Vela en el extremo este, de planta
pentagonal que alberga una gran sala y desde cuya azotea se emitían
señales luminosas a otros puestos defensivos del entorno. El
castillo dispone de un amplio patio de armas, ubicado en el centro de
la meseta del cerro y dotado con dos aljibes.
El
Castillo Viejo, ubicado en época califal en la cresta rocosa y
construido con tapial y mampostería irregular, fue reforzado por
almorávides y almohades con murallas y torres cuadradas, construidas
con muros de calicanto cubiertos por piedra y, más tarde, en época
de dominación de Ibn al-Ahmar, fue embellecido y sus defensas
reforzadas. Posteriormente fue reformado en el periodo de la invasión
francesa en el siglo XIX.
Sus
torres han desaparecido aunque se conserva, muy restaurada en época
cristiana, la puerta que da acceso al recinto de la alcazaba,
flanqueada por dos torreones con adarve. Las tropas napoleónicas
repararon este castillo para su utilización cuartelaria y militar
pero lo incendiaron en el momento de su huida, Cumplió también
funciones de penal y de cementerio y fue asolado, entre 1965 y 1979,
para su sustitución por un parador de turismo.
El
castillo-palacio de Abrehuí, del que sólo se conservan algunos
bastiones de mampostería, se situaba en la parte llana y norte del
cerro, cercano al castillo Viejo con el que compartía el mismo patio
de armas y separado de aquel por murallas. Su planta era rectangular,
estaba protegido militarmente por un antemuro, gruesos muros y
torreones, y en su interior. Posiblemente fuera construido en época
cristiana. El Condestable Iranzo se refugió allí cuando tuvo que
hacer frente a la nobleza sublevada a favor de Pedro I contra su
hermanastro Enrique IV, lo que supuso el inicio de la ruina de este
castillo.
La
alcazaba ha generado leyendas como la de la cámara de las estatuas,
que Borges recoge en su Historia universal de la infamia. En el
Castillo Viejo había un recinto secreto con puerta y fuerte cerrojo
al que cada uno de los sucesivos reyes fue añadiendo uno más hasta
llegar a los veinticuatro. Por fin, un hombre malvado que se apoderó
del trono, se negó a colocar una nueva cerradura, rompiendo así con
la tradición y, por si fuera poco, ordenó abrir las anteriores.
Cuál debió ser su sorpresa cuando encontró en su interior un
altorrelieve, en metal y madera, con temibles guerreros árabes sobre
camellos y una inscripción que profetizaba lo que enseguida sucedió:
otro rey, Tarik, tomó la fortaleza, derrotó y mató a este rey y
vendió como esclavos a sus mujeres y sus hijos.
Fuente: Wikipedia
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