El Castillo de Giribaile, también denominado Castillo de Girabaile, se encuentra situado a las afueras de la localidad de Vilches, en la comarca del Condado de Jaén, en la provincia de Jaén (Andalucía).
Giribaile,
lugar nombrado en algunas fuentes como Giri o Jiri, se localiza en el
término municipal de Vilches, más concretamente en la confluencia
de los ríos Guadalimar y Guadalén, sobre una meseta de 500 metros
de altitud. El castillo, edificado en el extremo oriental del cerro
del mismo nombre, controlaba visualmente los extrarradios de Cástulo
(15 km al suroeste), la vía Heráclea y una amplia zona estratégica,
minera y agrícola. En sus 16 hectáreas de extensión existen restos
de lo que pudo haber sido una poderosa ciudad ibérica fortificada,
un oppidum.
Del
Castillo de Giribaile se conservan dos torres de planta cuadrada, con
carácter defensivo, y un aljibe. En la Edad del Bronce hubo en un
poblado atraído por la riqueza de los materiales. La extracción y
comercialización de metales, propia de su economía, encontró en
esta localización el sistema de defensa natural necesaria para estos
asentamientos. La zona quedaba inmersa en la órbita de la cultura
material del Argar.
A
inicios del siglo IV a.C. se funda el oppidum de Giribaile, que llegó
a alcanzar unas 15 has. de meseta fortificada, configurándose como
una de las grandes ciudades del Alto Guadalquivir. Estuvo adscrito a
Oretania y protegía la comunicación entre su capital, Cástulo, y
el Levante.
La
ocupación de Giribaile continuó tras la conquista romana hasta
finales del siglo II o inicios del I a.C., momento en el que se
documenta una destrucción violenta. Según relata Plutarco en Vidas
paralelas, Sertorio, el militar romano que estaba al mando de la
guarnición del cónsul Tito Denio, exterminó a la población ibera
de Giribaile y destruyó sus defensas en una acción de castigo. Tras
la destrucción se produce un abandono de la meseta y una
disgregación de población que empieza a establecerse en el valle.
En
la alta Edad Media, los visigodos mantuvieron una población
importante aunque dispersa en núcleos rurales basados en una
economía agraria y ganadera, así, de esta época datan los
eremitorios cristianos de las Cuevas del Giribaile. A partir de la
invasión musulmana, en el siglo VIII, los árabes levantaron una
fortaleza en Giribaile, en la parte norte del cerro un castillo,
aprovechando elementos defensivos conservados del oppidum ibérico,
del que todavía se pueden observar la planta irregular, algunas
torres, el aljibe y lienzos del recinto murado.
A
partir de la segunda mitad del siglo XII, y para prevenir avances de
tropas cristianas sobre al-Andalus, los almohades reforzaron y
crearon nuevas estructuras utilizando tapial de argamasa. A pesar de
las medidas tomadas, la derrota de los musulmanes en Las Navas de
Tolosa, en 1212, hizo que Giribaile fuera conquistado por Fernando
III, en 1227, en el que Acet-Aben Mohammed entregó el castillo en
señal de vasallaje. Los cristianos siguieron utilizando la fortaleza
revistiendo las murallas árabes.
La
fortaleza fue entregada a la ciudad de Baeza por Alfonso X en 1274,
aunque su custodia debió de quedar por el rey, que la encomendó a
los calatravos. En el reinado de Sancho IV El Bravo, en el año 1292,
le fue entregado al Juez de Baeza, don Gil Bayle de Cabrera o Gil
Baylo de Cabrera, del que recibió su nombre moderno. Cuentan que don
Gil grabó en la puerta del castillo la leyenda: De río a río todo
es mío. Esta es la tierra de Gil de Bayle, que no morirá de sed, ni
de hambre ni de frío”. En el siglo XVII el castillo pertenecía a
la casa de Biedma de las antiguas de Baeza. Fue declarado Bien de
Interés Cultural en 1985.
El
castillo, alzado en el extremo norte de una amplia meseta, dominaba
desde su estratégica posición buena parte de la comarca minera
circundante, así como los caminos y pasos naturales por los que
obligatoriamente discurrían el transporte y el comercio. Además,
desde este asentamiento se podía ejercer un perfecto control sobre
las vegas cultivables de los cercanos ríos.
Todo
el cerro sobre el que se asienta el castillo presenta abundantes
vestigios arqueológicos: restos de muros, piedras sueltas, hornos de
minería y abundante cerámica ibérica, romana y medieval en
superficie. En el castillo se puede distinguir una etapa prebereber
correspondiente a la fortificación en piedra: arco de la escarpa,
cerramiento sur y zócalo de la torre del oeste; y otra etapa
almohade, que comprende el remodelado del cerramiento sur con las dos
grandes torres y el espacio intermedio, además de un gran aljibe de
tapial de calicanto, de planta rectangular y con tres metros y medio
de altura, cubierto con bóveda de medio cañón. El castillo pudo
tener hasta siete torres.
Los
restos del castillo más importantes están en su extremo sur, donde
la ausencia de defensas naturales exigió mayores obras. En esta zona
abunda la obra de mampuesto, de sillarejo y de tapial de calicanto.
La torre central constituye un hermoso ejemplar de fortificación en
tapial. Tendría tres plantas, correspondientes a los tres
estrechamientos sucesivos que presenta el grosor del muro por su
parte interna. En el zócalo corrido resultante de estos
estrechamientos descansaban las vigas de madera que sostenían las
entreplantas.
Los
datos históricos y la magnitud de esta torre, bastante más holgada
que las almorávides, parecen sugerir una obra del periodo almohade.
El oppidum se puede dividir artificialmente en dos plataformas, la
norte en la que se asienta la fortaleza y la principal donde se
encuentran algunas catas del poblado ibero.
La
fortificación ibera contó con una muralla del tipo barrera con
talud y bastiones, levantada a una altura considerable para ser
visualizada desde lejos, y provista de puertas de acceso
diferenciadas. Sus viviendas de piedra y planta cuadrangular, estaban
divididas por una calle principal y contaban con una distribución
urbana de espacios públicos. Fuera del espacio del oppidum situaban
necrópolis que normalmente ocupaban la falda de los poblados o
cuevas, también utilizadas como santuarios.
Fuente: Wikipedia
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