El Castillo de Libros es una antigua fortaleza situada en la localidad del mismo nombre de la provincia de Teruel (Aragón).
El
castillo, defendido por un único freire templario, resistió durante
más de medio año a la orden de captura de los monjes y aprehensión
de bienes de la Orden del Temple, dictada por Jaime II de Aragón.
Es
conocido desde mediados del siglo pasado como la Plaza de los
Moros, y está encaramado en la cumbre de un alto e irregular
peñasco, en la margen derecha del río Turia. Controla la entrada a
un tramo de profundas hoces, tan estrechas en algunos puntos que no
permitían ni tan siquiera el paso de un camino; de hecho, hasta la
apertura de la actual carretera N-330, el antiguo camino que unía
Libros con Villel transitaba por las empinadas e incómodas laderas
de la margen izquierda.
Los
restos de la antigua fortaleza templaria se asientan en la cumbre del
cerro conocido como "El Mortero", tormo delimitado por un meandro
abandonado del río y por el curso fluvial actual; se trata de un
antiguo relieve residual, formado por materiales triásicos
fuertemente inclinados, que quedaron cubiertos por rellenos
terciarios y que fueron exhumados por la erosión fluvial. A sus pies
se encuentra el casco urbano de Libros, instalado sobre parte del
meandro; la antigua aldea medieval debía ocupar las partes más
bajas de la ladera Suroriental del tormo, también sumamente
incómodas, desplazándose hacia su ubicación actual durante la Edad
Moderna.
En
origen, la posición debió estar ocupada por una fortificación
islámica, conquistada por Alfonso I, que la donó a la Orden de
Monte Gaudio en diciembre de 1187. En ella se instaló un comendador,
cargo que ejercía fray Fortuyn Xemeni en el momento del traspaso de
los bienes de esta orden al Temple (abril de 1196).
Aunque
dependiente de Villel, el castillo de Libros siguió albergando al
menos un freire, que ejercía la función de comendador; en noviembre
de 1212, el Temple otorgó carta de población a Libros, siendo
comendador fray Ramón Guerau.
Al
igual que Villel, el Castillo de Libros fue una de las posiciones que
se opuso a la orden de aprehensión dictada por Jaime II contra el
Temple. Su defensa corrió a cargo de Pedro Rovira, el único freire
existente en la misma, que resistió hasta finales de junio de 1308,
siendo posteriormente trasladado prisionero al Castillo de Alfambra.
Al igual que las restantes posesiones templarias en Aragón, la
fortaleza pasó a manos de la Orden del Hospital en 1317.
Cuatro
décadas después, en el contexto de la Guerra de los Dos Pedros
entre Aragón y Castilla, el monarca aragonés ordenó a Fortum
Gonçalvez, comendador hospitalario de Villel, que reparase los
castillos de Libros y Cabronciello, siendo ésta la última
referencia que hemos localizado a la fortaleza. Este aparente
silencio documental podría apuntar a su abandono tras la guerra con
Castilla, momento en el que pudo ser demolida, no volviendo a ser
posteriormente reconstruida.
A
primera vista, son escasas las evidencias conservadas de la antigua
fortificación; pero esta sensación es engañosa, especialmente si
tenemos en cuenta que, aparte de las visibles, sin duda hay otras
envueltas por los niveles arqueológicos.
En
superficie, las estructuras de mayor entidad son los muros
perimetrales que dan forma a una irregular plataforma, de unos 28 m.
de largo (N-S) por entre 8 y 15 m. de ancho (E-W). En la esquina
Noroccidental, hay un pequeño saliente, que se corresponde con la
parte más alta del cerro. Allí se conservan algunos restos que
podrían corresponder a una estructura turriforme, desde la que se
controlaría el posible acceso a la fortaleza.
Además, en el espacio
interior se detecta la presencia de algunos muros que afloran a la
superficie, definiendo lo que probablemente sean dos bloques
constructivos diferenciados; uno de ellos, adosado al muro
occidental, de unos 4 m. de anchura; el otro, en la esquina
Suroriental.
En
este último sector hay una pequeña depresión circular, que
corresponde, según la tradición, a la entrada a una antigua galería
que descendía hasta el río. Este tipo de leyenda, recurrente en los
castillos, a menudo coincide con la presencia de un aljibe.
En
la parte superior de la ladera Suroriental también se detecta la
presencia de otras estructuras vinculadas con el castillo, de muy
difícil acceso en la actualidad. Estas refuerzan la idea de
complejidad de la traza del conjunto, que podría estar formado por
construcciones a varios niveles.
El
primigenio acceso a la fortaleza se sitúa en el flanco occidental,
donde se aprecia la existencia de un posible vano, que daría entrada
a una especie de corredor, desde el que se descendía por la empinada
ladera hasta conectar con la calle Carmen, por un paso actualmente
bloqueado por grandes desprendimientos de bloques. Como ya hemos
indicado anteriormente, es posible que este camino de subida y la
puerta de entrada al recinto se controlara desde una hipotética
torre situada en el saliente de la esquina Noroccidental.
Las
estructuras visibles son de mampostería encofrada de piedra
irregular, trabada con mortero de yeso. Desgraciadamente, se
encuentran afectadas por múltiples patologías, y piden a gritos una
urgente intervención destinada a evitar pérdidas irreparables.
Entre dichas patologías destaca la degradación de los morteros por
acción del agua y de elementos vegetales, el desprendimiento de
mampuestos de los muros, la acción de la humedad derivada de los
rellenos, etc.
El muro Suroccidental, que es de los que presentan
mayor alzado, es el que se encuentra en un estado más preocupante;
ha perdido casi todo el paramento exterior, quedando al descubierto
su núcleo, del que deben desprenderse mampuestos con relativa
frecuencia, como lo indican las piedras acumuladas en su base y la
escasa pátina que presenta la superficie del mortero.
Pese
al deterioro general de las estructuras, se aprecia la posible
existencia de rellenos con potencias que en algunos puntos son
superiores a un metro y medio, lo que nos permite suponer la
conservación de contextos de interés arqueológico. De la mano de
futuros trabajos arqueológicos, estos niveles y las estructuras
asociadas, podrían arrojar nueva luz sobre un castillo del que
sabemos muy poco.
Hace
unos tres años, se acondicionó el castillo como mirador, abriendo
un nuevo acceso por la ladera Noroccidental. Aunque no se puede negar
que los algo menos de 50 metros de desnivel que debemos salvar para
subir a la vieja fortaleza requieren un cierto esfuerzo, el ascenso
actual es mucho más cómodo y seguro que el primigenio. Y la visita
vale la pena, tanto por el paisaje como por entrar en contacto con
una parte de nuestro Patrimonio relegado a un olvido que se ha
prolongado durante más de medio milenio.
Fuentes: Wikipedia
castillos.net
castillosricsol.org
Galería:
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